Ser sinaloense es motivo de orgullo. Al menos para los sinaloenses. El gentilicio se puede adquirir, de manera legal, por dos vías: nacimiento o residencia. Entonces nos encontramos camino a lograr las virtudes que nos caracterizan, somos alegres, trabajadores, sinceros, por mencionar algunas.
Ahora que, cuando contrastamos virtudes con otros sinaloenses, nos gana el ego del ombligo. Que si el cóctel es con caldo frío o caliente, que si Algodoneros o Cañeros, que si Batequitas o Mocorito, que si Dorados o Cañoneros.
Pero la brecha más grande es la que existe entre los sinaloenses que ejercen una función como gobernantes y quienes se sitúan en las antípodas de la sociedad civil. En el momento de los diferendos, éstos ven en aquellos la causa de sus problemas, y al revés, no falta el funcionario que busca intenciones ocultas en el reclamo social.
Olvidamos que somos los mismos. Esta demencia nos mantiene confrontados y perjudicados por la perenne existencia de problemas mal atendidos, el más evidente en estos días, la inseguridad. También en ella estamos todos juntos.
La pregunta inicial la tomé del premio Nobel de Literatura 2012, Mo Yan, en su obra La república del vino (editorial Kailas). La respuesta la da Howard Goldblatt, traductor de la obra al inglés: “… los locales se aseguran de que esté llena de baches para poder recoger los trozos de carbón que se caen de los camiones al salir de la mina”. Y yo agrego que, con toda seguridad, los choferes, funcionarios regionales y directivos de la mina, también lo saben.
En materia de seguridad pública, tanto en los problemas como en las soluciones, estamos todos juntos.
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