En México hay dos sonidos que dominan: el de las manos que hacen las tortillas y el del palmeo en la espalda cuando nos abrazamos. Comida y abrazos. Cuerpo y alma. Panza y corazón. Será por eso por lo que dicen que somos de los seremos más felices del mundo. Que una tortilla con sal, acompañada con alguien, es de lo mejor que nos puede pasar. Será que en el fondo sabemos que somos felices y nos abrazamos sin ton ni son. Será que nuestros abrazos sí son de verdad.

Que no somos como ese otro país que bien que recibe con los brazos abiertos pero que nunca los cierra para terminar de dar el abrazo. Que pese a que tiene un gran territorio, riqueza y recursos para abrazarse y ser felices —como nosotros— tienen en cambio sitios donde las personas con riesgo de suicidio —aquellas a quienes les ronda la idea por la cabeza— pueden inscribirse en un programa para ser monitoreadas y evitar que acaben con ellas mismas; debe ser que tienen un alto índice de insatisfacción. La pobreza no se les nota, no se ve en sus calles ni en sus trazos urbanos perfectos ni en sus cuerpos ni en sus ropas ni en sus autos ni en sus mascotas… pero sí en su deseo de autodestruirse. Qué situación más difícil libran en su interior.

Mi amiga la neurofisióloga no se cansa de repetirlo: con el contacto físico se libera la hormona de la felicidad, la oxitocina. No necesitamos meternos ninguna droga, el cuerpo la produce solita si nos abrazamos, si caminamos tomados de la mano, si sentimos el contacto del otro. Es la hormona del apego y del bienestar. Sacudirnos el cuerpo y echar la mano, y si se puede el brazo y el abrazo y la sonrisa sin ton, parece para otros un acto sinsentido.

Y aunque el ímpetu colectivo —ese que a veces te lleva sin flow— parece que te arrastra sin fin, de pronto reaccionamos a la belleza. Llega esa etapa en la vida en la que recordamos cuáles son los propios sonidos. Esos que nos hacen felices y que, sin mucha vuelta, nos regresan al origen de las cosas. Un momento en el que se valora que en esto de lo macro y de lo micro, no importa lo que hagamos, no tenemos llenadera.

PD: retomemos bien el sonido primario, no vaya a ser, en un descuido, que también nos quieran gentrificar las formas.

Comentarios: [email protected]

Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la línea editorial de ESPEJO