Los finales de conflicto son siempre complicados y engañosos. En medio de circunstancias escurridizas lo primero en serpentear es el propio fin; en lugar de un punto fijo se convierte en momento transicional que se prolonga hasta el desespero. Ni siquiera la Segunda Guerra Mundial escapó a esta fatalidad.

Antes del final la barbarie se recrudece. Si algo ha aprendido la humanidad es que nuestra vertiente bélica logra que los ideales de rectitud y justicia pasen a segundo o tercer plano. Durante la batalla lo único importante es el triunfo.

Sin embargo, habrá un futuro después del conflicto.

La guerra entre narcos en Sinaloa también terminará. ¿Quién se prepara para ese momento? ¿Quién ha diseñado las políticas públicas, distintas de la fuerza, para ser ejecutadas? ¿Quién está pensando más allá de patrullas, policías, soldados, armas, más soldados?

 

Los antiguos textos sagrados de la India conciben al tiempo no como una secuencia cronológica de progreso continuo para la humanidad, sino como un ciclo continuo de cuatro fases que inicia en la Edad de la Verdad y concluye en la Edad de los Conflictos, para iniciar de nuevo el periplo.

Dice el Mahabhárata que en el Kali Yuga: “La sola riqueza conferirá nobleza, el solo poder definirá la virtud”. Tras ella llega el Satya Yuga, la época de la justicia, la virtud y la rectitud. Pero no llegaba por sí misma, se trabajaba arduamente para hacerla realidad. ¿Quién de nosotros está trabajando por el Sinaloa que queremos después de la guerra?

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