Ahí estaba, en ese horrible agujero de barro, en algún lugar de Bélgica,
a millas y millas de casa. Con frío, mojado y cubierto en lodo.
Bruce Bairnsfather

El horror en toda su magnitud, que la guerra llegaría a alcanzar, estaba lejos todavía, pero la miseria era lo cotidiano de la vida en las trincheras, esa serie de zanjas a media altura que algún brillante estratega inventó, imaginando tal vez, que pasaría a la inmortalidad.

La guerra se había venido construyendo por años y sólo necesitaba el pretexto de una chispa que la encendiera. Lo encontró en el asesinato del heredero al trono del Imperio Austrohúngaro. Después los nacionalismos y pactos internacionales hicieron el resto y arrastraron a Europa a una guerra como no había conocido. Cuando terminó había dejado dieciséis millones de muertos.

Ilustración por Bruce Bairnsfather

Al inicio, en julio y agosto de 1914, el conflicto bélico significó júbilo, reclutamiento, desfiles, movilización de tropas, para dar paso después a la escalada de muertes y el estancamiento de los ejércitos en el campo de batalla, cada quien del lado de su trinchera disparando sobre el enemigo, con el temor constante de que les ordenaran una carga que los dejara expuestos en la tierra de nadie, el espacio entre las trincheras.

En lugar de servir como resguardo táctico para desplegar ataques y proveer seguridad, las trincheras se convirtieron en refugios insalubres, llenos de agua, lodo, sangre, nieve y cadáveres. El hogar de estos soldados europeos estaba habitado por la desesperanza.

En medio de esta desolación, el 24 de diciembre de 1914, algunos soldados alemanes de las regiones sajonas dejaron de disparar y empezaron a cantar villancicos. La suspensión espontánea de la barbarie se dio en muchos casos por entusiasmo de la tropa, en otros tantos más por el apoyo y a sugerencia de los oficiales en el campo de batalla. Este hecho se conoce como la Tregua de Navidad y se dio en el frente occidental de la guerra, en algunos lugares de Francia y Bélgica.

El cese al fuego no oficial entre el Imperio Alemán y las tropas británicas comenzó a gestarse a medida que se acercaba la Navidad de 1914. Aunque en cada sitio en el que se dio la tregua tuvo sus características propias, existen evidencias históricas de que fueron los soldados alemanes quienes comenzaron a proponer la idea. El 24 de diciembre decoraron sus trincheras y entonaron Stille Nacht, Noche de paz. Los soldados británicos respondieron cantando villancicos en inglés. Finalmente, con cautela, salieron de sus trincheras y convivieron con el enemigo. En la tierra de nadie, intercambiaron como regalos lo que tenían a la mano, raciones, cigarrillos, alcohol.

La artillería permaneció en silencio toda Noche Buena. La tregua también permitió que los muertos fueran recuperados, honrados y enterrados. Hubo funerales con soldados de ambos lados llorando las pérdidas juntos y ofreciéndose su respeto.

Henry Williamson, integrante de la Brigada de fusileros de Londres, mediante carta, relata la tregua en el frente de Ypres, Bélgica: “Querida madre: te escribo desde las trincheras. Tengo al lado una hoguera de carbón, enfrente un refugio. El suelo está resbaladizo en la trinchera, pero congelado fuera. Tengo en la boca una pipa, regalo de la Princesa Mary. Dentro, hay tabaco. Pero espera: hay tabaco alemán. Dirás: Ja, de un prisionero, o encontrado en una trinchera ocupada. ¡No, querida! De un soldado alemán vivo. Ayer, los británicos y los alemanes nos encontramos y nos dimos la mano entre las trincheras, e intercambiamos recuerdos. Sí, todo el día de Navidad, y aún mientras escribo. Maravilloso, ¿no?”.

En Armentieres, un pueblo francés fronterizo con Bélgica, el sargento del 16º Regimiento de Londres, Bernard J. Brookes, narra: “A última hora de la tarde los alemanes se volvieron divertidísimos, cantando y gritándonos. Dijeron en inglés que, si no disparábamos, ellos tampoco lo harían. Encendieron fuegos fuera de su trinchera, se sentaron alrededor y empezaron un concierto, cantando también canciones inglesas acompañadas por una banda de cornetas. … Realmente fue la Navidad ideal, y el espíritu de paz y buena voluntad era muy llamativo en comparación con el odio y el trato con la muerte de los últimos meses.”

Al día siguiente por la mañana, asistió a misa en una iglesia derruida. Por la tarde conversó con “nuestro amigo, el enemigo”. Algunos de los alemanes se habían disfrazado con ropa que tomaron de las casas cercanas, causando mucha diversión. Intercambiaron recuerdos y obtuvo una serie de firmas y direcciones alemanas con la promesa de que al final de la guerra se escribirían.

Jamás se escribieron.

Ilustración por Jacques Tardí

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