Allí estaba en la marcha, llorando genuinamente por la muerte de los pequeños, temiendo por sus propias criaturas, no queriendo imaginar que algún día les toque una desgracia; enloquecería. Allí estaba, caminaba firme, gritaba la consigna, portaba un letrero: “Los niños no se tocan”.
Satisfecha y cansada, llegó noche a su casa. La esperaba el padre de los pequeños, un señor con más de dos familias que gana su dinero trabajando con un grupo delictivo. «Vengo de la marcha», le dijo… No entendió que ya era parte de lo que denunciaba.
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