«También de dolor se canta cuando llorar no se puede», una frase completa que encierra pesar, dolor, soledad, abandono y tristeza. ¿Un día festivo para celebrar a los muertos? Nada más contradictorio entre el llanto y la alegría. Panteones y pueblos enteros llenos de color para recordar a quienes se han ido. Música nostálgica, fúnebre, que se siente entre silencios y partidas.

Escritores que acompañan los momentos de silencio y que nos recuerdan lo muertos que estamos quienes seguimos en una tierra desolada. Hijos todos de Pedro Páramo al escuchar las palabras de Juan Rulfo: «Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría; pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo. No dejes de ir a visitarlo —me recomendó—. Se llama de este modo y de este otro. Estoy segura de que le dará gusto conocerte. Entonces no pude hacer otra cosa sino decirle que así lo haría, y de tanto decírselo se lo seguí diciendo aun después de que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos muertas».

Una súplica que se desprende en la agonía de quien parte y necesita sentir la promesa de ordenar sus cosas, los pendientes; lo irresuelto de una vida que llegó a su fin. El respeto mayor que se hace a quien se confía lo que se deja y lo que ya no hay tiempo de resolver.

Así nos dejan nuestros muertos, reclamando un tiempo que nunca fue suficiente en un íntimo dolor que intenta compartirse y disminuirse con los que aún estamos. Palabras que no fueron dichas y para las que ya no hay tiempo. Recuerdos que se quedan en silencio, sonrisas dibujadas de nostalgias y de una extraña emoción de abandono y compañía.

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