Lo primero que vio fue su auto montado en cuatro bloques de ladrillos; de la noche a la mañana le habían robado las llantas que tanto le costó comprar. Su amiga le había escrito diciéndole que volvían a usar la mascarilla por los incendios forestales; de nuevo sugerían no hacer actividades al aire libre. La vecina le anunciaba que había cambiado su tradicional receta de volteado de piña y la invitaba a probar el nuevo, a que hiciera su pedido. Esa misma noche, ella se documentaba para su nuevo ensayo y leía sobre su escritor favorito en un recorte de periódico:

“El 24 de agosto el teléfono timbró de nuevo. Un inspector de policía le anunciaba que bajo un puente peatonal del barrio de Tepito, de los más peligrosos de la ciudad, habían encontrado el cuerpo de una señorita y en los documentos de su cartera la identificaban como su hija”.

 

Seis años antes le habían anunciado la muerte de su hijo primogénito, también en una llamada telefónica. Recordó entristecida la tragedia que envolvió al escritor, quien sobrevivió a las indescifrables pérdidas y, a la pregunta de los reporteros, siempre respondía que ambos lo acompañaban cada vez que escribía… escribió mucho, mucho más. Fue premiado y aplaudido hasta el día de su muerte. Pasó saliva y tomó el último trago de cerveza; su entrenador le había dicho que era lo mejor para relajarse después de un día difícil. Todo lo anterior sucedía, mientras continuaba la Guerra entre Israel y Gaza. En la frontera sur un grupo de mexicanos huían a Guatemala por la incontenible violencia. Arrancaban las Olimpiadas en París, presumían chapuzones en el río Sena. Anunciaban la detención del capo de capos, dieron muerte a un político y ex rector universitario, profanaron una tumba… Terminó su viernes resolviendo que quizá el título de su trabajo debería sustituirlo por Sobrevivir el día. Lamentó no tener otra cerveza para relajarse más. Si al menos le hubiera encargado un volteado de piña a su vecina lo acompañaría con un café. El sueño la venció.

Continuará…

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