En la actualidad muchas de las fuentes de empleo de la población en Sinaloa las proporcionan grandes empresas, unas con capacidad y necesidad de contratar hasta miles de personas debido al crecimiento de los bienes y servicios que ofrecen y producen año con año.
A finales del siglo XIX, cuando la mayoría de los habitantes de nuestro estado se dedicaban a actividades primarias, el campo principalmente, apenas venía desarrollándose una incipiente industria de la transformación impulsado por pocos hombres de negocios, que en ese tiempo, difícilmente podían desmarcarse del poder político.
En ese sentido, una de las primeras fábricas que llegó a ser el sustento de muchas familias culiacanenses por esos años fue la Fábrica de Hilados y Tejidos “El Coloso”, fundada por don Joaquín Redo, un personaje que recibió muchas facilidades del presidente Porfirio Díaz para comenzar a industrializar el estado.
Si bien la fundación de dicho emporio data de 1850, en los terrenos de lo que hoy es la popular primaria conocida como “La 8”, fue hasta 1877 que Joaquín comenzó a importar tecnología importada de Estados Unidos e Inglaterra para equiparla y aumentar su productividad, como la incorporación de un motor AetnaIron Works de 120 caballos de fuerza, la instalación de calderas de acero, máquinas afelpadoras, máquinas de tórculos y centrifugadoras, así como decenas de máquinas de coser marca Singer.
De esta manera fue desarrollándose la industria textil en Sinaloa, en una fábrica que llegó a emplear en su mejor momento a 220 personas de la localidad, entre hombres, mujeres y hasta niños, esto de acuerdo a datos del ensayo “La fotografía como parte del vestigio de la industria decimonónica en Culiacán. Los Casos de El Coloso y La Aurora”, de las autoras Bárbara Anahí Toloza Aramburo y Amanda Liliana Osuna Rendón.
“En 1879 se pusieron en funcionamiento 50 telares más, por lo cual en la última década del siglo XIX ya se había aumentado considerablemente la producción, y esta se diversificaba, creando además de la manta, telas estampadas, mezclillas, diferentes driles y listados, tela filtro, franela, kaki, cantón, sábanas, medias y sacos de manta”, se lee en el texto.
Ante el éxito crecimiento de esta industria, Joaquín Redo y Balmaceda comenzó a administrar sus propiedades bajo la firma de Redo y Compañía, oficialmente en 1902 cuando la constituyó legalmente como una sociedad colectiva. Fue aquí cuando integró a sus tres hijos Alejandro y Diego Redo como socios industriales, mientras que el padre era el socio capitalista.
“La fábrica de hilados y tejidos El Coloso se distinguió por ser un edificio grande y muy bien delineado, en su mayor parte de dos plantas, ubicado en las afueras de Culiacán, al extremo oriente por la calle Rosales. Se conformaba por dos naves mayores paralelas que iban de norte a sur y dos más pequeñas que las unían de manera perpendicular de oriente a poniente. En su interior había 14 pilares de fierro y 20 de madera de ébano para sostener el techo de toda la planta baja, y en la planta lata había 24 pilares de la misma madera”, precisa el ensayo.
Tras la muerte de Joaquín Redo en 1904, sus dos hijos quedaron a cargo de los negocios hasta el estallido de la Revolución Mexicana.
El incendio de la Fábrica “El Coloso”
Cabe mencionar que para 1911 Diego Redo ostentaba el cargo de gobernador de Sinaloa, quien además pertenecía a unas de las familias más opulentas y adineradas del estado, fiel representante de la oligarquía porfiriana.
Por este principal motivo, a la llegada de las fuerzas revolucionarias maderistas a Culiacán, uno de los objetivos fue destruir todos aquellos símbolos de la vieja élite política. Previo a un saqueo antes de tomar la capital, “El Coloso” fue incendiado deliberadamente.
“En general, la maquinaria se destruyó por el incendio, pero sobre todo por haberse golpeado durante el derrumbe”, nos detallan las autoras.
Este hecho generó un debate público que se propagó por muchos años posteriores al acontecimiento, ya que hubo quienes opinaron que fue una mala decisión por parte de los revolucionarios desaparecer una de las pocas industrias en la región que mantenía ocupada a muchas personas.
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