Mazatlán, Sinaloa.- ¿Cómo se llama cuando te quedas callado porque vas a suspirar hondo? Es como cuando ves una película y la música te eriza la piel en el momento más dramático y culmina; o como cuando estás lejos de casa y suena el teléfono y es tu madre para preguntarte si ya comiste. Así es.

No es tan simple de explicar, pero aquí va.

Hace un mes el eclipse parecía algo tan lejano, como una cosa simple que podría pasar desapercibida, aunque en Mazatlán ya estaban abarrotadas todas las habitaciones de hoteles y departamentos. Hubo lugares que vendieron noches en 10 mil pesos aprovechándose del furor de los turistas y extranjeros. Apenas así se entendió por las autoridades locales que el eclipse del 8 de abril de 2024 era un evento importante.

Mazatlán es una ciudad turística al noroeste de México, con un auge inmobiliario porque no alcanzan las habitaciones para poder albergar a los miles de turistas nacionales e internacionales que llegan cada fin de semana, pero hoy eso fue eclipsado.

Decenas de miles de personas concentradas en los edificios, los patios y la franja costera para poder ver un espectáculo astronómico que no podrá tener uno igual sino en 320 años más para poder observarlo en el mismo punto geográfico.

Aquí vinieron agentes de la NASA, de la UNAM y científicos de distintos puntos del Mundo para levantar la cabeza, los telescopios y cámaras especializadas hacia el cielo durante una noche de 4 minutos.

Un grupo de científicos locales, formado por maestros que en su niñez vivieron el eclipse de 1991, se reunieron y crearon la Sociedad Astronómica Mazatleca (Samaz) para hacer algo que parecía imposible: organizar a los gobiernos y crear las condiciones de observación durante la oscuridad.

Supieron ordenar a todas las dependencias y hasta hacer que compraran más de 250 mil lentes especiales de última hora porque quienes integran los espacios gubernamentales no entendían el verdadero impacto de este espectáculo.

¿De qué se trata? De un fenómeno que seguían puntualmente distintas civilizaciones de nuestros antepasados, como la cultura Maya y la Azteca, que levantaron pirámides y centros de observación astronómica acorde a las estrellas, el sol y la luna.

 

Quizás esto que pasó hoy nos acerca más a esas culturas

Es imposible saber si era igual, pues mucha de la información que documentaron aquellas civilizaciones se perdió durante la invasión española para colonizar e imponer una cultura y tradiciones extranjeras.

Pero si es así, es muy comprensible que aquellos pueblos vieran los eclipses como algo sumamente importante.

La Samaz explicó que se debía cerrar la zona costera de Mazatlán, que debía dedicarse a la observación, sin que hubiera ruido de motores o el miedo de ser arrollado por vehículos. Se necesitaba silencio.

Así fue, cerraron parques, avenidas y de pronto Mazatlán se convirtió en un lugar con ríos de gente caminando sobre las calles para irse a acomodar junto al mar y el sonido de las olas.

Las plazas y los parques se llenaron de mirones de todas partes del mundo para tratar de ver primero que nadie, y más tiempo que nadie, cómo el sol era tapado por la luna sin que alguien se los contara o se los transmitiera por internet.

Había niñas, niños, jóvenes y adultos con vidrios oscuros en sus manos para filtrar los rayos del sol que son más potentes cuando ocurre un eclipse. Otras personas cargaban con lentes especiales y unas más con cajas de luz construidas en sus casas. En medio de todas ellas, centenas de telescopios apuntando al cielo durante casi dos horas.

 

La NASA informó que el horario perfecto para ver el eclipse sería a las 11 con 7 minutos y como si fuera un festival de Año Nuevo, por todo el Malecón se escuchó un conteo hacia atrás.

Mientras todo eso pasaba, la luz del día se atenuaba, como si fuera un filtro de luz de los que usan en las películas de suspenso. Así era, un suspenso. Si volteabas a ver a las demás personas eso privaba, el suspenso. Muchas de las que estaban en el Malecón no vieron el eclipse de 1991, o no lo recuerdan porque apenas eran unos niños o bebés. Hoy era la oportunidad.

El mar se puso distinto, se hizo para atrás. Las gaviotas y fragatas empezaron a revolotear y a graznar todas inquietas. Se disminuyó el oleaje y, de pronto, un silencio. La brisa marina se puso fría por un instante y todos lo entendieron, lo entendimos: el sol se desaparecía detrás de la luna.

Silencio, un silencio de unos cuantos segundos. Todos enmudecidos. Sepulcral. Y de repente, así de la nada, gritos, muchos gritos, como un en un estadio de béisbol mientras el lanzador pichea una curva y el bateador hace un swing que da en la bola y hace bolar de hit por el campo. Todo vibraba por esos gritos, atónitos e inéditos en el desconocimiento genérico por el espectáculo. No molestaban, eran esos mismos gritos que salían del pecho de uno mismo, como los que anuncian la vida.

 

Es eso mismo cuando nacen los bebés. Puja, puja, respira. Puja, respira, puja. Silencio. Suspiro, el primero, el que llena los pulmones. Y grito, llanto y grito. Es el anuncio de la vida.

Es aventurado describir esto como un parto, pero es posible comparar este suspenso cuando estás a un lado de uno deseado, tomando la mano de la madre, siendo espectador, y ves el dolor en sus gestos y luego el alivio en su cara al haber parido a alguien que conoce a plenitud.

Algo muy parecido a eso es el furor que se podía ver en las caras y gestos de las niñas y niños apostados en el Malecón, con los adultos a un lado siendo partícipes de la misma emoción.

Los besos en la mitad del eclipse, los abrazos, la emoción de esas caras infantiles no se volverá a repetir en este mismo lugar sino tres o cuatro generaciones después.

Fue un espectáculo de 4 minutos solamente. Las indicaciones de expertas en el tema recomendaron admirar el movimiento de la luna tapando el sol sin protectores, pero solo en esa fracción de tiempo donde el eclipse es total. Entre las multitudes se cuchicheaba sobre eso, preguntando si era seguro o no. Igual y todos lo hicimos para ver el cielo agrisado, místico, dando una lección de humildad en la pequeñez humana.

Fueron cuatro minutos eternos para la memoria y las pláticas de los restaurantes, de los cafés y las reuniones en la playa con cerveza en la mano mientras corre el atardecer. No se volverá a repetir en Mazatlán sino hasta en 320 años más.

 

Porque habrá más eclipses que se verán en otros lados del mundo, para otras generaciones, para otras personas. Pero el de hoy, el que reunió a decenas de miles de todo el Mundo, quedará guardado en la historia, las fotografías y los videos que se tomaron. El de este 8 de abril de 2024, el que hizo venir a personas de todos lados para observar mientras se comían mariscos y bailaban con música de Tambora, ya fue. Quedó la nostalgia que ya privaba desde antes de que la luna dejara de tapar el sol, en mirones que se quebraron en la oscuridad y quienes enmudecieron como si la misma luna se llevara su alma.

La histeria y emoción colectiva se ha ido del Puerto, que fue el lugar más privilegiado de la Tierra para poder verlo de forma segura.

Para el próximo eclipse de sol faltan unos 30 años más, pero para que vuelva a pasar por aquí tendrán que pasar más de 320 años.

También puedes leer: