Texto y fotos: Aitor Sáez

Las lluvias de Oaxaca

El nanche es un árbol pequeño y torcido, un arbusto que alzó una copa amplia, un paraguas, en medio de la sabana. Su fruto dulce, unas pulposas bolitas amarillas, cautiva a los animales. También alimentan a gran parte de Centroamérica desde la época prehispánica. Se conocía como ‘el fruto de la familia’.

SAN ANTONINO CASTILLO VELASCO, OAXACA.- El machete le pasó a un palmo del estómago. Carmen Santiago Alonso estaba sentada en su cama, apoyada en la cabecera, cuando alguien clavó un cuchillo entre los tablones de la barraca mientras charlaba con otras dos jóvenes misioneras. Las compañeras de cuarto enmudecieron, congeladas como aquella noche de invierno en Santa Cruz Itundujia, uno de los pueblos más altos de Oaxaca. La espesa niebla les impidió identificar al agresor, que dejó su arma ahí incrustada y salió corriendo.

Carmen esquivó el filo para levantarse y movió su cama al centro de la habitación, pero ya no pudo conciliar el sueño.

En 1987, el frío todavía era intenso en aquella sierra. Todavía había bosques, sus encinos respiraban y atraían a las nubes que formaban una eterna neblina, agua. Carmen estaba destinada a esa modesta comunidad en una misión pastoral y se dedicó a combatir la tala inmoderada que empezaba a arrasar los montes. Etunduteujia, el nombre originario del poblado, significa en mixteco ‘colina de siete ojos de agua’. Pero, ya sólo quedan tres.

La catequista había recibido amenazas de muerte por parte del alcalde que, en una ocasión, irrumpió en la casa parroquial durante unas jornadas formativas y lanzó varios disparos al aire frente a la multitud de asistentes.

Pese al hostigamiento, Carmen decidió quedarse y persistir en su respaldo a los campesinos. Sentía una mezcla de miedo y motivación por culminar la lucha. Duró un año y medio más después del intento de homicidio hasta que se enfermó de una fuerte bronquitis.

La activista habla a un grupo de hombres del consejo comunal de San Matías Chilazoa, que ha convocado para instarles a asistir a una asamblea contra la Minera Cuzcatlán, que ha acelerado la escasez de agua. En un entorno rural tan patriarcal, Carmen logró adquirir un papel de lideresa y ganarse el respeto de sus paisanos.

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Doña Carmen se relame al pensar en los dulces nanches amarillos, y rojos, y morados, que se comía al salir de la escuela. Recuerda aún mejor sus ramas clayudas, como en la jerga local denominan a algo resistente, fuerte, correoso. Esas varas se utilizaban tanto para amarrar los zacates o las gavillas de maíz como para corregir a azotes a los niños y niñas revoltosas.

Carmen sigue siendo muy clayuda. A sus 70 años echa el freno de mano de la pick up y se baja con el vehículo aún derrapando para enseñarme un agujero tapado por una losa de cemento: uno de los 300 pozos de captación de lluvias que ayudó a construir en los últimos quince años. El proyecto devolvió el agua a la zona de San Antonino Castillo Velasco, municipio donde su abuela y sus tías la criaron entre el campo y el trabajo doméstico. Su sombrero de paja y su falda de algodón rosada hablan de sus  raíces.

Entre febrero y marzo de cada año, la familia limpiaba los pozos para alistar la siembra. Luego, celebraban una ceremonia en que escarbaban un pequeño hoyo y depositaban un plato de comida a base de maíz, ofrendado a Cocijo, la deidad de las precipitaciones, tormentas, granizos y de las fuentes de agua terrestres. Ante ella se disculpaban por las ofensas a la tierra y le pedían una próspera cosecha, es decir, una buena temporada de lluvias.

Por ese entonces aún no existía el Día Mundial del Agua, no por casualidad decretado el 22 de marzo. Cuando se estableció la fecha, durante la Cumbre de la Tierra de 1992, el primer encuentro de la ONU sobre cuestiones climáticas, doña Carmen ya llevaba años sacrificando su vida en defensa de los derechos indígenas y por ende del medio ambiente.

—Los pueblos originarios tenemos una relación particular con la naturaleza. A la tierra la vemos como madre. La naturaleza es un ser, un ser que necesita ser apoyado, porque lo hemos destruido. Vimos que la tierra estaba débil, la tierra ya no tenía agua, la estamos explotando mucho, se está enfermando. Y para resolverlo tenemos que inyectar agua directamente a sus venas —asegura la activista sobre lo que apodaron como ‘sembrar agua’.
Los campesinos zapotecas recuperaron sus conocimientos ancestrales sobre los desniveles del terreno y los ciclos de lluvia para construir ollas y pozos de captación por donde el agua pluvial se filtra al subsuelo y recarga el manto freático.

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Doña Carmen inició su activismo desde que era adolescente, como misionera en las comunidades más remotas y humildes del estado. En 1987, trataron de asesinarla de un machetazo en un pueblo de la sierra por defender a los jornaleros del terrateniente. Desde entonces han atentado contra su vida en varias ocasiones y la han amenazado de muerte.

La región de los Valles Centrales es una marronosa depresión espolvoreada de casitas que se agrupan en comunidades tales como El Vergel, La Noria… en alusión a la abundancia de agua siglos atrás, que ahora se han sumido en una sequía que azota a más de la mitad de los municipios oaxaqueños.

La escasez de agua no sólo es resultado del cambio climático, sino sobre todo de varias decisiones humanas. Por eso la ambientalista pasa muchas mañanas entrando y saliendo del ayuntamiento de San Antonino cargada de carpetas. Le interesa más lo que se cuece en esos pasillos que en el presbiterio de la iglesia anexa. Su frenesí contrasta con la parsimonia de un mundo rural acostumbrado al galope y los almuerzos copiosos. Doña Carmen se quita y pone una camisa tejana, o un chaleco deportivo, según sople la brisa, como en medio de una acalorada jornada de movilización. La conversación y las preguntas las marca ella. Igual te deja con la palabra en la boca como se alarga media hora en una explicación. Sabe lo que sí es importante por esos lares y sabe que la protección del medio ambiente es una carrera a contrarreloj.

En 2005, tras la grave sequía que asoló a todo México y golpeó especialmente a la región central, los campesinos zapotecas se vieron obligados a extraer agua a una mayor profundidad, con el doble de fuerza de bombeo, lo que disparó el uso de energía eléctrica. Las autoridades tradujeron un mayor consumo de electricidad en una mayor extracción de agua y procedieron multando a los agricultores por el volumen excedente de agua, aunque nunca fue posible medir esos niveles.

—A raíz del abuso y del desinterés del gobierno para resolver este problema de falta de agua, nos vimos en la necesidad de organizarnos —indica Carmen, impulsora de la Coordinadora de Pueblos Unidos por el Cuidado y la Defensa del Agua (Copuda), que agrupó en pocos meses a 17 comunidades de los Valles.

La producción no podía esperar en una zona donde dos tercios de su población viven en la pobreza, donde un par de sacos de hortalizas determinan el porvenir de un hogar.

En 2021, llovió en Oaxaca un 30% menos que el año anterior. Los municipios del estado con sequía moderada o grave pasaron de 150 a 188 y más de la mitad ya presentan un panorama anormalmente seco. La escasez de agua se ha agravado por la expansión de los cultivos de agave para la producción de mezcal, un destilado parecido al tequila que antes sólo consumían en zonas rurales humildes y que en años recientes se ha puesto de moda.

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A primera vista parece un pequeño estanque o un laguito, pero se trata de uno de los treinta retenes de absorción cavado bajo el modelo hidrosocial de construcción comunitaria horizontal, la iniciativa ‘Sembrando Agua’, que en una década logró recuperar el nivel de agua subterránea en una de las regiones más desecadas de México.

El paraje de El Cerrito, en la aldea Santiago Apóstol, es el lugar de encuentro para las caminatas que Carmen hace cada domingo junto a un grupo de vecinos más jóvenes. La septuagenaria superó un cáncer y una extirpación del riñón izquierdo hace apenas un año, pero ni se le nota, ni tampoco le impide agacharse para tocar el agua con delicadeza como el agricultor que acaricia sus frutos.

—Las obras son muy rudimentarias, pero es una técnica innovadora que se ha vuelto un referente. Han venido científicos de Noruega, de Estados Unidos, para avalar el sistema —, presume, alzándose la trenza canosa.

El agua del retén se filtra hasta los terrenos de Justino Martínez, uno de los pocos campesinos que no abandonaron su cultivo por el agostamiento.

La ambientalista ayudó a contruir 300 pozos de captación de lluvias en los Valles Centrales de Oaxaca. Los campesinos zapotecas recuperaron sus conocimientos ancestrales sobre los desniveles del terreno y los ciclos de lluvia para construir ollas por donde el agua pluvial se filtra al subsuelo y recarga el manto freático. Lo denominaron como “sembrar agua”.

—La escasez nos afectó mucho, porque año con año teníamos que escarbar más abajo para tener otro poquito de agua. La sequía fue bastante fuerte, hubo mucha pérdida. Mucha gente dejó el campo y se fueron al comercio o emigraron a Estados Unidos, porque aquí ya no había agua —explica el hombre de 65 años.

La sequía también orilló a muchos jóvenes a ganarse la vida de mototaxistas. En San Antonino Castillo Velasco tan sólo hay 5 mil  personas, pero el ajetreo del mercado y de las decenas de tuc-tucs —mototriciclos adaptados como autos— late como el de una ciudad intermedia.

Justino pudo salvar las dos hectáreas de col y repollo por la acción del ‘Sembrando Agua’. Por eso se alegra tanto de ver a doña Carmen. Ahora puede sacar agua de su pozo noria durante todo el día; un lujo en estas marchitadas tierras. Sonríe al encender la bomba y ver el agua brotar de la manguera:

—Para nosotros fue un beneficio muy importante. El agua estaba a 25 o treinta metros de profundidad y ahorita de nuevo la encontramos a un nivel de trece metros. Fue impactante el trabajo. Es por el proyecto que queda algo de agua, si no, ya no hubiera nada.

Justino Martínez es uno de los agricultores beneficiados por el proyecto Sembrando Agua. Desde la sequía de 2005 había perdido casi todo su cultivo y en una década logró recuperar el nivel del agua de su pozo. Se muestra muy agradecido con doña Carmen.

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“El poder político y económico se han alimentado mutuamente y se han plantado como modus operandi del robo de las riquezas y de los bienes de la nación”, pronunciaba López Obrador en su discurso de investidura el 1 de diciembre de 2018. Mientras esa mañana tomaba posesión en el Palacio de San Lázaro el primer mandatario (autodenominado) de izquierdas en la historia moderna de México, Carmen se paseaba nerviosa por los pasillos de un céntrico hotel capitalino, enfrascada en debates con otros líderes indígenas. La zapoteca era colega de AMLO, con quien había compartido altavoz en varias marchas y mítines durante los ochenta.

En el desayuno varios compañeros le habían transmitido su deseo de que fuese ella la encargada de entregarle el Bastón de Mando al nuevo presidente. El báculo simboliza el poder y la jerarquía que los jefes indígenas le muestran como forma de aprobación moral por haberse interesado en sus asuntos. No obstante, y pese a ser colegas, Carmen nunca estuvo de acuerdo en otorgarle un reconocimiento tan elevado.

—Significa todo el poder, toda la responsabilidad. Es la más alta distinción y no se ha dado cumplimiento para eso. Lo decidimos en una reunión de catorce personas y se necesitaba el consenso nacional —explica sobre un bastón que representa a más de diez millones de personas de diferentes etnias y estados mexicanos—. Andrés Manuel es una buena persona, siempre lo he apoyado, pero se trata de algo demasiado sagrado para nosotros.

Carmen le dio apoyo incondicional durante la campaña, organizando sus eventos en Oaxaca y escoltando a su comitiva con un fervoroso séquito de simpatizantes. Le entusiasmaba sobre todo su propuesta de crear un Instituto Nacional de Pueblos Indígenas (INPI), dirigido por varios amigos cercanos, quienes finalmente la convencieron de entregarle la vara con una serpiente alada de contera.

Durante toda la tarde de festejos los representantes de los 68 pueblos originarios le obsequiaron a AMLO una limpia purificadora a base de incienso, bailes y cánticos. El inclemente sol empezaba a derretirse sobre los miles de asistentes que rebosaban el Zócalo capitalino, la plaza más grande de Latinoamérica, cuando Carmen pasó a primera línea del escenario y se dirigió a López Obrador antes de darle el báculo. En sus menos de tres minutos de discurso, la activista enfatizó al presidente hasta con tres incisos la obligación que asumía, al aceptar ese presente, de atender las demandas de la población originaria:

“…Como lo ha dicho el hermano, sirva para usted mandar obedeciendo al pueblo”.

“Aquí está el símbolo con el que conducirá a nuestros pueblos, siempre y cuando, queremos recordarle, que queremos ser tomados en cuenta…”.

“Reciba de nuestras manos y a nombre de nuestro pueblo este símbolo que lo guiará. Y recuerde, los pueblos indígenas y el pueblo afromexicano le entregan nuestra confianza y nuestro compromiso”.

—¿Y, al final, se ha acordado López Obrador de prestar atención a los pueblos indígenas?

Doña Carmen evade una respuesta concreta con la destreza de la política que lleva dentro, la que se presentó de candidata a unas elecciones municipales. Aunque siempre ha preferido la calle a los despachos. Apenas cruzó un beso y un par de palabras de agradecimiento con AMLO sobre aquella tarima, donde la ambientalista miraba hacia otra parte mientras su camarada blandía el bastón y la muchedumbre lo vitoreaba.

Un año y tres meses después, López Obrador aterrizaba en  Oaxaca en visita oficial y Carmen lo esperaba en el aeropuerto para interceptarlo y entregarle una petición de audiencia por la cuestión del agua en la región.

—Se acordaba de mí, le dijo a su asistente que pusiese atención en el asunto y me firmó un papel conforme había recibido mi solicitud. Pero, no me dio respuesta —cuenta.

Un año y ocho meses después, Carmen lo esperó desde temprano a las puertas del Holiday Inn para abordarlo en cuanto saliese. Habló con él un cuarto de hora. Le dijo al gobernador de Oaxaca, que lo acompañaba, que prestara atención al tema. Nada pasó.

Sólo tres meses después, en febrero de 2021, Carmen y los integrantes de la Copuda se manifestaron durante otro de sus viajes. En una de las pancartas se leía: “15 años sembrando y defendiendo el agua. Dos años solicitando audiencia con AMLO. Aún confiamos en usted señor Presidente. No nos defraude”.

No han recibido respuesta.*

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Las arrugas de la frente se le remarcaron de tanto fruncir el ceño, de tantas horas bajo el sol que manchó su piel, tanto enojo por la desidia de las autoridades y tanta preocupación por su pueblo. Carmen pasa lo mismo un día entero sentada en larguísimas asambleas, como marchando u ocupando algún edificio público, siempre de un lado para el otro con la Nissan Cantonera, un 4×4 rojo al que le colocó un parachoques reforzado para que ningún accidente fuese excusa para no llegar a los innumerables compromisos con su gente.

Carmen Santiago falleció a sus 70 años el 5 de febrero de 2022. Tres meses antes de su muerte consiguió que el gobierno federal levantase la veda que prohibía a los pueblos zapotecas perforar pozos y hacer uso del su propio recurso. Fue su última batalla ganada.

Su principal batalla ahora es conseguir que la Conagua emita un decreto que permita a las comunidades hacerse responsables del manejo de su agua; una disposición que revierta el Decreto de Veda de 1967, que prohíbe a los campesinos el libre aprovechamiento de los pozos agrícolas los Valles.

—¿Por qué a los campesinos, a las campesinas, que producen la tierra, que producen legumbres, verduras, se les restringe el uso de agua? ¿Y por qué a las transnacionales, a ellos se les da la libertad de utilizar toda el agua que quieran? —exclama Carmen en tono de arenga sobre el consumo desmedido de las refresqueras y mineras de la región.

Después de cuatro años de consultas entre los pueblos indígenas afectados, en enero de 2019, la Secretaría de Medio Ambiente, la Conagua y el INPI, presentaron una hoja de ruta para la modificación del decreto de veda. Esto iba a permitir el acceso al agua subterránea a unos mil 500 productores en un área donde el subsuelo abastece casi todo el consumo doméstico dada las pocas aguas superficiales.

En octubre del mismo año, las 16 comunidades de la Copuda, con Carmen y su organización Flor y Canto al frente, alcanzaron un acuerdo con esas instancias para la firma de un nuevo decreto que avalase el derecho humano a cuidar y administrar el vital líquido. “Se va a formalizar al más alto nivel. Se debe analizar quiénes solicitan el agua y por qué, de manera justa”, dijo en ese momento la directora de la Conagua.

Un año después, la dependencia federal todavía no ha dado ningún paso para elaborar un nuevo documento que incluya la zona reglamentada, así como la publicación de un estudio técnico para conocer la disponibilidad de agua en el acuífero y la emisión de concesiones colectivas. Los comuneros clausuraron las oficinas de la Conagua en la ciudad de Oaxaca como señal de protesta.

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Doña Carmen siempre viste un huipil (blusa) con los bordados típicos de su pueblo, unas gafas de sol, pendientes artesanales y un collar con una cruz de madera; una mezcla de tradición y modernidad que igualmente se refleja en la constante compañía de un joven fotógrafo, fascinado por su labor, que inmortaliza todos sus movimientos y documenta las casi diarias actividades comunitarias. La Sembradora de Agua maneja todos los registros comunicacionales, desde las certeras pausas en sus discursos revolucionarios hasta el diseño web de Flor y Canto o los videos promocionales del colectivo subidos al portal del gobierno gracias a sus amistades.

En la modesta aldea de San Matías Chilazoa, los miembros del consejo municipal —una docena de varones y dos mujeres— llevan varias horas esperándola, pero nadie se queja por el retraso de la Doctora, como la llaman, muestra del enorme respeto que inspira entre unas muy patriarcales formas de gobierno por usos y costumbres.

Algunos toman la palabra en la improvisada reunión en la cancha deportiva, donde sucede todo, desde un partido de fútbol hasta la elección de su cabildo:

—Aquí seríamos los más afectados por la minera (…) Nos preocupa, porque nos interesa el futuro de nuestros hijos, nuestros nietos… —expone uno de los hombres de mayor edad.

La pequeña comunidad de medio millar de habitantes se sitúa a seis kilómetros de la cuarta mayor mina de México, una explotación de oro y plata de la compañía Cuzcatlán, de capital canadiense. Su montaña de desechos minerales se divisa desde el cultivo del comisario Rafael Vásquez, el alcalde de San Matías escogido en asamblea a mano alzada. En el último lustro ha visto descender ocho metros el nivel de su pozo, dos tercios de su volumen habitual. Pudo rescatar sus hectáreas de maíz mediante un costoso sistema de riego por goteo que pagó con las remesas de un pariente en Estados Unidos, de donde procede el dinero del que viven miles de familias oaxaqueñas. La alfalfa se requemó en el terreno de al lado, baldío por la falta de agua.

El comisario de San Matías Chilazoa, Rafael Vásquez, asegura que en el último lustro el nivel de su pozo ha descendido ocho metros, dos tercios de su volumen habitual. Desde sus cultivos se divisa la montaña de desechos de jales secos de la minera canadiense.

—El problema más grave es que queda poquita agua. Todos estamos convencidos de que es por la mina, que está consumiendo la mayor cantidad del agua —asegura Vásquez—. Además, está contaminando el arroyito por donde viene el agua que consumimos. Los árboles cercanos se están secando, como que se marchitan y se mueren. Una empresa dijo que iba a hacer un estudio, pero nunca vino. No lo hemos podido pagar nosotros (el estudio), porque es muy caro.

Pese al apremiante calor del mediodía, doña Carmen reúne en círculo a la docena de integrantes del consejo para despedirse con una excelsa exigencia. La activista les insiste en participar en la próxima asamblea donde se tratarán las cuestiones derivadas de la minera. Los hombres obedientes asienten en silencio. Ella agita el brazo para resaltar lo urgente, como la importancia de mantenerse unidos frente al problema del agua.

Un pueblo dividido por la minera

El director de la compañía canadiense, Luiz Camargo, defiende que todo se trata de una campaña de desinformación y desprestigio por parte de grupos que ni siquiera pertenecen a la comunidad y que se oponen no solo a la minera, sino al desarrollo en la zona.

El nanche crece a pleno sol y produce frutos rápidamente, por lo que tiene una gran importancia ecológica. Se encuentra en suelos bastante degradados, ya que puede soportar condiciones de drenaje adverso; se utiliza para restaurar áreas desertificadas. El médico y botánico español, Francisco Hernández de Toledo, describió en el siglo XVI su fruto “de naturaleza fría y húmeda, comestible y favorable a los que tienen fiebre”. 

SAN JOSÉ DEL PROGRESO, OAXACA.- La frontera de San José del Progreso la marca la calzada empedrada de acceso. Hacia la izquierda residen los contrarios a la minera Cuzcatlán y hacia la derecha, los favorables. Los primeros, acuden los domingos a una humilde parroquia, en una antigua hacienda, sin campanario y de fachada blanca descascarillada envuelta de cipreses, el árbol de la muerte. Los otros dejaron de asistir a las misas en esa iglesia cuando, a unas pocas calles, la compañía construyó un descomunal templo de dos torres, cúpula y una nave central de seis ventanales, pintada de relucientes verdes y amarillos. Por las calles circulan sobre todo mototaxis, también segregados; los azules son para los detractores y los rojos para los afines.

Bernardo Vásquez Gómez cruza lo indispensable hacia el hemisferio derecho del pueblo.

—A veces nos hemos preguntado: ‘¿A lo mejor la compañía era una bendición de dios, para favorecer a la comunidad?’ Pero, no se hizo de la manera correcta —repara a sus 47 años.

Cuando aterrizó el proyecto, en 2006, San José era el tercer municipio más pobre de Oaxaca, que es a su vez el tercer estado más pobre de México. Empezaron a llegar camionetas extrañas y maquinaria para remover las tierras ejidales. Cinco vecinos, entre ellos Bernardo, se inquietaron por esos movimientos y lo pusieron en cuestión en una de las asambleas. El alcalde de turno los engañó, afirmando que nadie le había pedido permiso y que desconocía la finalidad de la obra.

Bernardo Vásquez Gómez, en el Ayuntamiento de San José del Progreso, el pueblo donde se ubica la explotación de oro y plata de la Minera Cuzcatlán. En 2006, los contrarios a la instalación de la minera clausuraron indefinidamente el edificio público después de que el alcalde firmara acuerdos con la compañía sin consultarles.

—Esta comunidad la fundaron unos hacendados en el siglo XVIII. Por generaciones, los señores nombraban a las autoridades para tapar sus fechorías. Ese autoritarismo se mantiene con la llegada de la minera. Se instaló sin nuestro consentimiento —se queja sobre un megaproyecto que se aprobó con la firma de tan sólo 36 comuneros.

Bernardo empuñó un altavoz para convocar a 200 vecinos que frenaron la construcción con un bloqueo al que se sumaron casi un millar de personas en los dos meses posteriores hasta que la fuerza pública se desplegó para dispersarlos.

—Enviaron más de mil 500 elementos, helicópteros, perros, gas lacrimógeno… Nos detuvieron a 16. Todavía tengo las quemaduras de las esposas y del hierro ardiendo de la batea de la camioneta. Nos estuvieron golpeando hasta llegar a prisión —recuerda el trayecto previo a pasar dos semanas encarcelado.

Durante los siguientes años, los opositores pararon los trabajos en varias ocasiones, pese a la creciente represión e intimidación de agentes estatales. Formaron la Coordinadora de Pueblos Unidos del Valle de Ocotlán (Copuvo) como su órgano de gobierno en sustitución de las instancias locales que los habían traicionado. En una de las manifestaciones terminaron por expulsar al alcalde y sus secuaces y clausuraron el ayuntamiento indefinidamente. En el soportal de entrada al edificio, con la reja bajada, se expone en una pintada el motivo del cierre: “Tienes el valor de vender el agua, ¿y mañana?”.

Finalmente, la minera Cuzcatlán inició sus operaciones en 2009, pero la resistencia se mantuvo.

Desde el inicio de operaciones de la minera, en 2009, el pueblo se ha dividido. Los favorables (empleados en la minera) viven a un lado y los contrarios en otro flanco del pueblo. Los moto-taxis rojos son para los favorables y los azules para los contrarios.

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La noche del 15 de marzo del 2012, Bernardo Vásquez Sánchez, transitaba por una carretera principal de camino a San José cuando fue interceptado por varias camionetas. Hombres encapuchados lo mataron de dos disparos en el pecho. Los dos familiares que viajaban junto a él también recibieron impactos de bala.

—Días antes de su homicidio, me dijo: ‘A esto de la mina le falta un empujoncito y se va a acabar’. Y eso fue lo que le costó la vida —lamenta su tío Bernardo.

Punto de la carretera donde Bernardo Vásquez fue emboscado y acribillado. El conflicto entre la minera y parte de San José del Progreso dejó cinco comuneros asesinados entre 2009 y 2012, otros ocho heridos por armas de fuego, secuestros y varios intentos de homicidio. Los operarios de la minera esconden sus rostros frente a la cámara, conscientes del clima de tensión que todavía se vive.

Tras la apertura de la mina, Bernardo había dado un paso más allá en la movilización al unir a varias comunidades. Hasta en dos ocasiones trataron de comprarlo, pero nunca aceptó. Un representante de la minera le puso un cheque en blanco sobre la mesa, tal y como presenció su tío, y le dijo que escribiera la cantidad que gustase.

—A raíz de sus negativas es que buscan a los sicarios. El anterior presidente municipal es el autor intelectual. A los autores materiales los agarraron, pero ya los liberaron, porque la policía anda en contubernio con la minera, que actúa con total impunidad —denuncia Bernardo, de figura abatida, con hombros y cejas rendidas, mirando continuamente hacia ambos lados con desasosiego.

La casa del defensor asesinado fue adornada con un mural azul que grita: “Si amas la vida, lucha contra la mina”. Su familia decidió dejar de hablar del homicidio para tratar de sanar las heridas en su comunidad. Una de sus hermanas, Agrepina Vásquez, jamás pensó que su hogar sería uno de los más afectados cuando se armó el zafarrancho.

—Ha habido un gran rompimiento social. Se ha roto la comunicación con las propias familias. Incluso llegamos a discutir y pelear con los hermanos de mi mamá y diez años después todavía no nos llevamos, porque ellos están a favor y nosotros en contra —cuenta la joven.

El 15 de marzo de 2012 fue asesinado a balazos Bernardo Vásquez Sánchez, líder del movimiento contra la minera, al que habían tratado de sobornar hasta en dos ocasiones. Su hermana Agrepina Vásquez es presidenta de la Coordinadora de Pueblos Unidos del Valle de Ocotlán (Copuvo). Su familia prefiere pasar página al asesinato para volver a unir a la comunidad.

Agrepina asumió en 2021 el mando de la Copuvo. La organización instaló sus oficinas en una de las alas de la antigua hacienda, presidida por un altar con fotografías de los comuneros caídos en esa batalla, reproducida en fotografías por todas las paredes. La amplia sala sólo la ocupan una mesa, una silla y una montonera de asientos y trastos arrinconados, polvorientos, producto del poco movimiento que reciben. Nadie se acerca en toda la tarde.

Cuzcatlán tiene  mil 100 trabajadores, aunque una de sus responsables de comunicación dice que dan empleo a cerca de dos tercios de los 7 mil habitantes de San José. Muchos tuvieron que abandonar sus cultivos por la falta de agua; carencia agudizada por la actividad minera y se vieron arrastrados a pedir empleo en la planta. Esto, sumado al desgaste de la movilización social permanente, ha suscitado la paulatina pérdida de respaldo hacia los ambientalistas. El miedo también jugó un papel decisivo.

El conflicto dejó cinco comuneros asesinados entre 2009 y 2012, otros ocho heridos por armas de fuego, secuestros y varios intentos de homicidio.

En el kilómetro de la carretera hacia la ciudad de Oaxaca donde los hombres armados aprovecharon un par de badenes seguidos para que el vehículo de Bernardo redujese su velocidad y pudiesen emboscarlo —método de asalto convencional en Oaxaca—, los propios vecinos retiraron la lápida en su memoria y tan sólo dejaron una pequeña cruz oxidada.

En el cementerio donde se enterró, la inscripción de su tumba escupe un demoledor mensaje: “Lo mataron los sicarios al servicio de la minera”.

La cruz que recordaba al activista asesinado fue sustituido por un altar de la Virgen y sólo quedó esta cruz oxidada. En el cementerio donde se encuentra enterrado, se lee en su tumba: “Lo mataron los sicarios al servicio de la minera”.

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San José amanece con un rocío fuliginoso. Se siente un aire denso y más abrasante que en el resto del valle. Los lugareños cuentan que alrededor de las cuatro de la madrugada la minera abre sus respiraderos para liberar gases y por la mañana se respira un olor a azufre. El viento levanta una espesa polvareda de la presa de jales secos, una montaña de desechos del proceso para separar los metales preciosos de las piedras corrientes. En la flotación se emplean varios productos químicos, tóxicos, pese a que la empresa insiste en que no representan un riesgo para la salud y el entorno.

—Quizá es una contaminación que no se percibe directamente, pero desde hace cinco años hemos notado un aumento de las infecciones en la piel, en la garganta y de otras complicaciones en las vías respiratorias, sobre todo los niños sufren mucha gripa y tos —enumera Agrepina—. También se han visto más casos de cáncer, pero no podemos comprobarlo.

El centro de salud local está cooptado por Cuzcatlán, que financió su construcción y mantenimiento. Me cuenta una de las sanitarias, de forma anónima, que la compañía monitorea los ingresos médicos de pacientes y acalla los casos que pudiesen evidenciar el incremento de enfermedades derivadas de la explotación.

Sería otro libro tratar los impactos ambientales de la minera y tan sólo nos quedaríamos en el plano del debate debido a la falta de análisis científicos independientes y válidos. La investigación periodística ‘Minera Cuzcatlán: con licencia para contaminar’, de Avispa Midia, Aristegui Noticias y Pie de Página, recaba muchos de los datos y confusas informaciones. El reportaje desgrana una madeja de documentos y estudios contradictorios, omisiones y rectificaciones, tanto de las autoridades ambientales como de los laboratorios contratados por el grupo canadiense para deslindarlo de cualquier responsabilidad sobre el derrame de uno de sus depósitos en 2018 que contaminó el arroyo El Coyote.

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En la única vía pavimentada de acceso a San José la minera levantó un bonito pórtico de bienvenida, con cámaras de seguridad en su techo y puestos de vigilancia a ambos lados ocupados por centinelas enfusilados. La compañía controla quién entra y sale del pueblo y revisan el vehículo que se les antoje, pese a que el ingreso se sitúa fuera de sus posesiones.

En las inmediaciones, en el barrio levantado como parapeto tras la instalación de la minera, sobresalen dos edificios: el motel El Rinconcito, con una silueta en la fachada de un hombre y una mujer besándose, y la sede de la Confederación de Trabajadores de México (CTM), un poderoso sindicato de la construcción ampliamente conocido por actuar como grupo de choque contratado en megaproyectos.

Un año después del asesinato de Bernardo, durante el homenaje que sus compañeros de lucha le rendían en las proximidades de la minera, se aproximó un convoy de camionetas con hombres disparando al aire que tuvo que ser repelido por elementos del ejército desplegados en la zona ante la creciente crispación. Algunos anónimos incluso telefonearon a las radios locales haciendo un llamado a ocupar y quemar las oficinas de organizaciones ambientales.

Los integrantes de la Coordinadora de Pueblos han denunciado intimidaciones hasta el día de hoy, entre otros motivos, porque los favorables a la mina quieren reabrir el ayuntamiento.

En enero del 2020, la Secretaría de Medio Ambiente negó la autorización de la nueva MIA, porque las obras “han ocasionado impactos acumulativos, sinérgicos y residuales, originando en mayor o menor medida la destrucción, el aislamiento o la fragmentación de los ecosistemas presentes en la región en la que se inserta el proyecto”, según consta en el oficio.

A Bernardo lo tienen en la mira. Cuando asumió la jefatura de la Copuvo en 2017, el gobierno le aprobó medidas cautelares de protección, pero nunca recibió ningún esquema de seguridad durante los dos años en el cargo.

“Si no colaboras, te voy a mandar a matar”, le amenazó de muerte en 2018 el alcalde del municipio, como sus antecesores, promovido por la minera para ganar las elecciones a cambio de contar con su apoyo absoluto. Recientemente, Bernardo fue interceptado por varias camionetas mientras conducía hacia la cima del cerro que bordea la minera. Acompañaba a un grupo de universitarios que querían registrar desde lo alto la suciedad de las aguas de la presa de descargas. En seguida reconoció a algunos de los hombres que los acorralaron a punta de fusil. Había estudiado con ellos en la misma escuela, eran campesinos y obreros como él que ahora ejercían de matones.

—(A los de la minera) No les importa matar a gente para quedarse. Es un monstruo económico que no se mancha las manos —agrega.

El pavor invade tanto a Bernardo como a Agrepina por el simple hecho de ser descubiertos hablando con periodistas. La mitad norte de San José vive en un profundo miedo. Los contrarios al megaproyecto —o cualquiera que resida de ese lado— se sienten vigilados por los mototaxis rojos que operan como halcones para la compañía; se esconden al cruzarse un desconocido y mucho más deprisa al sacar la cámara. Las calles están más vacías, solitarias, con menos comercios. Me recomiendan que evitemos conversar con los choferes de los numerosos camiones cisterna que reparten agua en las casas, un servicio imprescindible últimamente. El monopolio de la distribución, no por casualidad, lo ejerce la CTM el sindicato a las órdenes de la minera que aceleró el descenso del agua.

La Minera Cuzcatlán contruyó una gigantesca iglesia de varias cúpulas y campanarios, impropia de un pueblo de 7.000 habitantes, destinado a los favorables a la mina.

Bernardo comía de su parcela o laboraba en la de otros comuneros, pero con la escasez de agua y la desolación del campo tuvo que apañárselas como albañil. Le cuesta mucho esfuerzo que lo contraten, porque la mayoría de las nuevas obras pertenecen a empleados de la minera, conscientes de sus andanzas. En la mano derecha sujeta todo el tiempo un metro de construcción que manosea inquieto como un amuleto, un tesoro, lo único valioso que le queda después de que el oro y la plata se llevasen a familiares, amigos, su modo de vida y su dignidad.

Vista de la presa de jales húmedos, donde se vierten los desechos líquidos. Durante el recorrido ofrecido por la minera, tan sólo visitamos la orilla de la presa donde no hay agua, pero no llegamos al otro extremo, donde se otea el líquido.

El derrame

El nanche es el árbol de la selva sabanera. Los pueblos originarios empleaban su fruto hasta para sanar complicaciones ginecológicas. Su uso perdura en la medicina tradicional mexicana. También servía para fabricar tirachinas con los que lanzaban piedras para cazar aves.

MAGDALENA OCOTLÁN, OAXACA.- Con una horqueta de nanche, aún hoy en día, los campesinos zapotecas logran identificar los puntos donde hay agua bajo tierra y así definir dónde cavar sus pozos. Rubén Sánchez toma ambos extremos de la rama y camina despacio por su terreno de matorrales espinosos. Si la vara tiembla o incluso se rompe, significa que hay humedad y, por tanto, agua subterránea. Pero el nanche permanece inmóvil. Rubén recorre cabizbajo su agrietado barbecho. Cada tres pasos clava el machete para comprobar qué tan seca está la tierra. Se escucha la hoja esmerilándose en la tersa greda.

Con una horqueta de nanche los habitantes de los Valles Centrales de Oaxaca descubrían donde había agua. Cuando el palo temblaba o se partía es que en el subsuelo había humedad y era el lugar indicado para cavar un pozo.

—Este pozo tenía mucha agua, su nivel estaba a un metro y ahora se bajó totalmente. No solamente escasea el agua, lo que más nos preocupa es que esté contaminada —asegura el hombre de 53 años junto a un foso cubierto de paja que ni siquiera el riachuelo pegado logra rellenar.

El 8 de octubre del 2018, cayó un aguacero en los Valles Centrales de Oaxaca. Rubén se despertó por el estruendo de la tromba fustigando el techo de lámina. Ya no pudo volver a dormir. Temprano en la mañana se dirigió a su parcela, como cada jornada, cuando vio el arroyo El Coyote cubierto de una capa grisácea de lodo.

La tormenta rebasó la capacidad del depósito de la Minera Cuzcatlán que capta las lluvias los y escurrimientos de la presa de jales secos. Las bombas no dieron abasto para enviar el agua a una presa mayor y la pileta se derramó por más de cuatro kilómetros del afluente hasta desembocar en un área conocida como ‘La Ciénaga’, donde se sitúa una olla de agua que sirve de abrevadero, el terrenito de Rubén y el pozo de agua potable de la comunidad de Magdalena Ocotlán.

El 8 de octubre del 2018 cayó un fuerte aguacero en la zona. Cuando Rubén Sánchez acudió sus cultivos temprano en la mañana vio el arroyo El Coyote cubierto de una capa grisácea de lodo.

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Dos días después del derrame, las autoridades ambientales realizaron una inspección en el sector afectado. El análisis de las muestras arrojó que el hierro superaba un 1845.8 % los límites permisibles; el aluminio, hasta 955.12 % y el plomo en 167 %. El informe confirmaba que hubo “daño ambiental” y se recomendaba dejar de usar el agua para actividades agrícolas y pecuarias.

—De inmediato dejamos de consumir el agua del pozo, por el miedo a que tuviese metales pesados, y compramos agua embotellada —cuenta Rubén, aunque los lugareños nunca tuvieron acceso a esos estudios—. El agua se veía como cemento, era evidente la contaminación.

A la minera le impusieron una multa de 806 mil  pesos, una insignificante octava parte de los ingresos que genera cada hora. Sus ganancias ascendieron a 3 mil millones de dólares en 2019 por la exportación del concentrado de plata y oro especialmente a Corea del Sur y Alemania. También se le obligó a adoptar tres medidas para mejorar sus instalaciones: la compañía duplicó el espacio del depósito desbordado y quintuplicó su capacidad de bombeo.

La tercera medida le exigía la presentación de un programa de remediación. Cuzcatlán aprovechó esto para encargar nuevos estudios del agua, cuyas pruebas se tomaron 71 días después del derrame. Para entonces, el millar de habitantes de Magdalena Ocotlán, con siete de cada diez en la pobreza, ya no podían seguir pagando el agua embotellada.

—Cada garrafón nos costaba veinte pesos (algo menos de un euro), una cuarta parte de lo que puedo ganar en un día en el campo. Nos pegó duro en los bolsillos y la mayoría dejamos de comprarla y volvimos a beber el agua del pozo —explica Rubén mientras camina los cien metros que separan su parcela de la única fuente de abastecimiento del pueblo.

Tras el derrame las comunidades hicieron un sobreesfuerzo para comprar agua embotellada, pero apenas pudieron realizar ese desembolso durante los primeros meses y luego se vieron obligados a consumir el agua contaminada.

La lluvia torrencial desbordó uno de los depósitos de la minera y el derrame de residuos contaminó las aguas de muchas de las comunidades cercanas como Magdalena Ocotán.

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Las casas medio en ruinas a la entrada del municipio vomitan el rechazo a la minera en murales de excavadoras y coyotes que simbolizan la resistencia de la comunidad. “La mina mata”, “No a la mina” y “Oaxaca no quiere minas”, protestan los ladrillos de arcilla. Una de las vecinas se asoma y, ante la presencia de un extraño tomando fotos, envía a su marido con un machete para ahuyentarme. Se palpa el recelo.

—(Las autoridades) hicieron caso omiso a esta situación de la minera y dejaron el residuo en el suelo y el agua —reclama Rubén sobre el cierre del expediente del caso.

El jefe de comunicación de la minera me dice que hubo un proceso de remediación, pero su director lo niega:

—Nos gusta llamarlo ‘escurrimiento’. ‘Derrame’ da una idea mayor de lo que realmente fue. Conagua determinó que no hubo necesidad de hacer nada, porque no había aguas. El río Coyote es un río que normalmente está seco. En el momento del escurrimiento hubo exceso de agua en los márgenes del río.

El arroyo apenas tiene algunos charcos durante el verano. Sin embargo, persiste la preocupación entre la población por el impacto sobre las aguas filtradas.

—Nunca nos informaron de nada. Ni supimos ni sabemos de primera mano los resultados de los muestreos, si el agua que bebemos nos hace daño —manifiesta el agricultor.

A la entrada de Magdalena Ocotlán hay varas pintadas contra la minera. De una de las viviendas de adobe sale una mujer, desconfiada por la presencia de extraños tomando fotografías. Todavía se siente un cierto temor a represalias.

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El clima en los doce primeros días del calendario marcan la dinámica de lluvias durante el resto del año. Si el 1 de enero hizo un frío seco, ese mes no lloverá. Si el 2 de enero amaneció húmedo, significa que en febrero caerán algunas precipitaciones, y así sucesivamente. Pero, a Felipe Soto ya no le funciona la ancestral técnica meteorológica, surgida del profundo sincretismo entre la tradición zapoteca y española.

Al anciano lo sigue a todas partes un perro mestizo, mezcla de pastor alemán y pinscher, uno de los pocos ejemplos de fidelidad que quedan en unas latitudes adulteradas por los sobornos de la minera. En Monte del Toro, otra de las comunidades cercanas a la explotación, Cuzcatlán también ha tratado de cubrir los gastos de algunas festividades y organizar visitas de las escuelas a sus instalaciones. Desde la yerma hectárea de Felipe, a la espera de que este año las lluvias al fin le permitan sembrar maíz, el recinto de la Fortuna Silver se pierde en el horizonte.

—Se ha visto que han lanzado cohetes y las nubes se zafan. Las nubes se apartan y ya no llueve —asegura sobre el uso de cañones antigranizo prohibidos en México y que la minera niega rotundamente.

Su comisario Felipe Soto cuenta que muchos campesinos han tenido que abandonar sus tierras y sus hogares tras la llegada de la minera por la falta de agua para mantener sus cosechas de subsistencia, su única forma de vida en uno de los estados más pobres de México.

Felipe no se quita el sombrero de paja y copa puntiaguda aún estando nublado. El comisario de Monte del Toro, electo por sus 600 habitantes durante más de dos décadas consecutivas, vive tranquilo en esa colina viendo crecer a sus nietos. De joven cruzó el desierto de Sonora para llegar a Estados Unidos, donde se congeló en las plantaciones de algodón con apenas un par de camisas para abrigarse. Luego, abrió una barbería que cobraba un dólar por corte. Lo detuvieron en la frontera cuando fue a recoger a uno de sus primos y lo deportaron, pese a tener los papeles en regla. Ha sobrevivido a coyotes, policías, desiertos y heladas, pero le asusta más la minera que todo lo anterior junto.

—Hace unos años [en 2013] subimos al cerro con unos reporteros locales para tomar unas fotos de la contaminación del agua de su presa y nos aparecieron varias camionetas que empezaron a seguirnos. Tuvimos que salir corriendo. No dejan entrar ahí, anda gente armada que andan vigilando. Eso esta muy feo, no vuelvo a acercarme —sentencia.

Por aquel entonces en los terrenos circundantes a la planta no había ni una sola vivienda. Ahora se ven varios ranchos dispersos y camionetas estacionadas afuera, donde supuestamente están los guardias que mantienen una supervisión constante del perímetro.

Tampoco me recomienda que suba por esos caminos.

El ejido Monte del Toro es una pequeña comunidad de medio millar de habitantes que se sitúa a seis kilómetros de la cuarta mayor mina de México.

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Al día siguiente enfilamos por los senderos prohibidos, por donde los comuneros opositores a la mina con tanto ahínco se habían negado a acompañarme. Tal vez porque es domingo no hay ni una sola persona en los ranchos, ni sus vehículos, tan sólo algunos perros enjaulados, algo raro en zonas rurales donde la función del can es cuidar la casa de los intrusos. La vereda se empina a medida que avanzo, prevenido al momento en que puedan cruzarse dos camionetas con hombres armados, como tantas veces antes les había sucedido a los lugareños. Nada. Llego al otro extremo del embalse, donde se encuentra el agua que a duras penas se divisaba desde el camino por donde me llevaron los de la minera.

Un manto marrón tirando a cobrizo, revuelto de espuma blanca y grisácea, cubre la superficie de la presa. La masa se mueve con espesor desde algunas de las tuberías hasta los márgenes, separada del agua aparentemente más limpia por las bolas antievaporación. Ningún estudio científico puede refutar que ahí existe contaminación. Si se escurre o no, si se filtra al subsuelo o no, y sus posibles efectos, son otra discusión, pero la putrefacción de ese líquido es innegable.

En la cúspide de otro de los cerros hay una vivienda con techo de teja y panel solar, atípicos en la austera arquitectura de la comarca. Abandonamos el lugar a los pocos minutos para evitar cualquier contratiempo. En una de las zanjas del camino de regreso se forma una charca difícil de distinguir, pues parece más un cúmulo de lodo con serrín. Al lanzar una piedra, se abre un agua plomiza, terrosa, que de inmediato se vuelve a tapar por la capa de fango como si tuviese vida propia, como si la engullese. Un misterioso movimiento bastante antinatural.

Dos días después del derrame, las autoridades ambientales realizaron una inspección en el sector afectado. El análisis de las muestras arrojó que el hierro superaba 1845,8% los límites permisibles; el aluminio, hasta 955,12% y el plomo en 167%. El informe confirmaba que hubo “daño ambiental” y se recomendaba dejar de usar el agua para actividades agrícolas y pecuarias.

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Carmen Santiago, la sembradora de agua, era la menor de dos hijas. No tuvo hermanos varones, por eso a la familia no le quedó más remedio que llevársela a trabajar el campo, siendo mujer, algo poco habitual a mediados del siglo pasado.

—Mi padre veía que no me daba miedo montar a caballo, ni acercarme al yunque. Entonces me enseñaba a hacer más labores del cultivo —recuerda.

En realidad, admite que siempre tuvo miedo, pero fue valiente; como ahora también siente temor por las amenazas de muerte, pero lo vence con coraje.

A comienzos del 2018, recibió varios mensajes intimidatorios del Cartel Jalisco Nueva Generación (CJNG). “Estás en la mira, orga(nización) que obstaculiza el desarrollo que las transnacionales traen. Estamos vigilando. Sé que tu familia vive en San Antonino, tiene la casa en… [se omite por seguridad]”, le dijeron en una de las últimas llamadas telefónicas. El gobierno le otorgó medidas cautelares, pero Carmen rechazó al guardaespaldas y tan sólo le destinaron una patrulla que ronda esporádicamente sus oficinas de Oaxaca capital.

—¿Cómo voy a aceptar un escolta policial? No tengo confianza en los agentes, son los mismos del gobierno al servicio de esas empresas. ¿Cómo me va a defender el que me ha atacado? —argumenta.

La septuagenaria activista desconoce si el motivo del hostigamiento viene por sus denuncias de sobreexplotación contra la minera Cuzcatlán, o bien, por el trabajo de acompañamiento en San Lucas Atoyaquillo, una de las 43 comunidades afectadas por el proyecto de Paso de la Reina. El riesgo es el mismo, igual de alto. El clima de inseguridad entorno a los ambientalistas y los índices delictivos en general han empeorado desde hace cuatro años. La apertura de un penal federal en Miahuatlán, a una hora e San Antonino, trajo a los Valles Centrales a numerosos colegas de los presos, también involucrados en el crimen organizado.

Carmen se detiene y guarda silencio. Escucha. Solamente se oye un zumbido de insectos:

—Las chicharras llaman a la lluvia cuando necesitan agua. Los cantos deberían haber terminado a mediados de mayo, pero siguen sonando todavía en esta época [comienzos de julio].

La ausencia de árboles amplifica el eco del desesperado clamor.

El nanche crece en terrenos pedregosos, arenosos, en praderas baldías. Brota en áreas de cultivos abandonados. Resiste a la sequía y a los incendios de los pastizales. Tiene una gran importancia ecológica, ya que contribuye a la regeneración del bosque.

Y, aún con semejante resiliencia, en la llanura ya no queda ningún nanche.

*Carmen Santiago Alonso falleció en 2022. Poco antes, por fin recibió la información de que el gobierno levantó la veda de agua. 

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Este trabajo fue publicado originalmente en Pie de Página, que forma parte de la Alianza de Medios de la Red de Periodistas de a Pie. Aquí puedes consultar su publicación.