Susan Sontag, en su libro “Sobre la fotografía”, refiere que, por medio de ellas, también entablamos una relación de consumo con los acontecimientos; y en muchas ocasiones, esto puede generar una característica pasividad en alguien que es espectador por segunda vez.

Esta fotografía se tomó días posteriores al 9 de septiembre, en medio de una vorágine de psicosis ocasionada, primero, por los acontecimientos violentos en Culiacán de ese día, y posteriormente, por la exacerbación del miedo producto de los mensajes y notificaciones a través de redes sociales que acentuaban esa sensación.

Aquello generó pánico en el centro; el transporte público comenzaba a suspender el servicio, los comerciantes bajaban sus cortinas, los vendedores ambulantes empacaban de vuelta sus productos, y el precio de los viajes de Uber y Didi se disparaba.

El retorno al hogar para muchos culichis se convirtió en una encrucijada ese día.

En medio de toda esa zozobra, resaltó una escena que recreaba un momento de calma que podría interpretarse como indiferencia ante eventos catastróficos. Era como un fragmento de tiempo que mostraba, tal vez, que la vida sigue a pesar del caos.

La fotografía muestra a un grupo de cuatro hombres de la tercera edad absortos en su partida de dominó, cada uno sentado en una silla a cada lado de una mesa cuadrada, todos analizando sus próximas jugadas. A unos cuantos centímetros, a sus espaldas, se observan dos personas más en medio de una conversación, posiblemente a la espera de su turno para jugar.

Se ubican en la plaza principal de Culiacán, la Plazuela Obregón, donde comúnmente todas las bancas están ocupadas por viajeros, estudiantes, abuelitos, parejas y vagabundos; sin embargo, ahora lucen desiertas. Tampoco se encuentran los boleros con sus emblemáticos envases de Coca-Cola de vidrio. Mientras tanto, a lo lejos, se ven los últimos camiones urbanos de esa jornada.

Inmediatamente, no pude evitar recordar la icónica fotografía de Thomas Hoepker sobre la caída de las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001, en Nueva York, donde el autor capturó a un grupo de jóvenes con sus cuerpos inertes, viendo desde el otro lado de la ciudad el acontecimiento que ocurría frente a sus ojos.

“Estaban totalmente relajados, como en un día normal”, comentó posteriormente Hoepker en una entrevista, de la misma manera que yo veía a estos adultos mayores concentrados en terminar su partida de dominó.

Aquello posiblemente no fue un signo de impasibilidad o nihilismo ante la violencia, sino, por el contrario, una simpática muestra de una máxima del estoicismo griego: hay cosas que podemos controlar (nuestras actitudes y acciones) y cosas que no (los eventos externos).

“La tranquilidad proviene de enfocarse solo en lo que podemos controlar y aceptar con serenidad lo que no”.

 

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