El hecho violento que privó de la vida al empresario restaurantero Jorge Peraza, dueño del emblemático establecimiento “La Chuparrosa Enamorada” subraya la situación de vulnerabilidad en que se encuentran mujeres y hombres que desde el esfuerzo notable y lícito luchan por construir patrimonios de impacto social al conjugar propuestas culturales, gastronómicas y de generación de empleos.

La secuencia de sucesos donde el 28 de octubre resultó incendiado el local sede de dicho negocio por causas no del todo esclarecidas, y el premio al mérito que el 30 del mismo mes le entregó la Cámara Nacional de la Industria Restaurantera y de Alimentos Condimentados, motivan el sentimiento de indignación y decepción porque la seguridad pública desplegada en el actual contexto de violencia de alto impacto tampoco está protegiendo a los sectores productivos.

Cuando la víctima es un comerciante, un empresario, el dueño de un restaurante icónico para Culiacán, ni dudas quedan del alto riesgo en que se halla la gente pacífica y de las evidencias en que los ciudadanos que no están involucrados en asuntos de la delincuencia están expuestos sin que los gobiernos federal, estatal y municipal, ni los operativos militares y policiacos, tengan entre sus prioridades la obligación de proteger a estas vidas.

El ataque contra Jorge Peraza duele como cualquier persona inocente que resulte afectada en su vida o patrimonio, sin embargo, como sinaloenses debemos exigir que se den a conocer las verdades y medidas implementadas respecto al incendio del restaurante y hechos vinculados, para que al menos la procuración e impartición de justicia sean la motivación a que continúen luchando empresarios y emprendedores que en escenarios peligrosos se sostienen como pilares de la economía estatal.

La Fiscalía General del Estado y la Secretaría de Seguridad Pública están llamadas a no tomar este crimen como uno más dentro de la prolongada guerra entre grupos del crimen organizado, y como sociedad tenemos la obligación de no normalizarlo en la mentalidad de “es algo que nomás les sucede a los delincuentes”. Tanto la desidia de instituciones militares y policiacas como la costumbre pública a justificar la violencia y acostumbrarnos a ésta, significan ya no sólo la pérdida de la capacidad de asombro sino el extravío de las rutas hacia el futuro de paz.

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