Culiacán, Sinaloa.- Ser cuidadora de una persona adulta mayor es un trabajo complicado, cansado, pero sobre todo solitario, pues en Sinaloa los apoyos económicos que otorga gobierno son insuficientes y hay poca cultura de planeación de una vejez digna.

Teresita de Jesús Madueño tenía apenas 26 años cuando su vida cambió drásticamente, pues al enfermarse su mamá, pasó de ser una joven común a una cuidadora de tiempo completo, lo que consumió su tiempo, sus recursos y, en ocasiones, su estabilidad emocional.

Incluso, ante la falta de recursos económicos tuvo que convertir su casa en una estancia para el cuidado de adultos mayores.

“Es complicado, es frustrante, es muy solitario, no hay a veces un descanso, todo el tiempo desde que te levantas hasta que anochece es todo el tiempo estarle cuidando, cargar, mover, hacer comida. Cambió toda mi perspectiva de mi futuro”, contó Teresita, quien asumió la responsabilidad de cuidar de su abuela y su mamá cuando ésta última enfermó de Alzheimer.

 

Se levantaba a las cinco de la mañana para cambiar pañales, limpiar, cocinar y preparar todo antes de ir a trabajar. En las noches, el proceso se repetía, y las vacaciones o los fines de semana implicaba estar al cuidado completo de su madre y abuela, a menos que lograra conseguir ayuda, lo cual era poco común.

Debido a esta nueva responsabilidad, Teresita tuvo que modificar su vida diaria y hacerle frente a los sentimientos de soledad, agotamiento y duelo constante al ver que la gente de su alrededor poco a poco se fue alejando y la salud de su mamá se iba deteriorando con el paso del tiempo.

“Es muy cansado emocionalmente porque aparte de que tienes que cuidar, tienes que vivir el duelo de que la persona ya no te conoce, de que la persona está decayendo y está cambiando”, dijo.

 

Mencionó que incluso hubo momentos en los que sentía culpa por tomar una o dos horas para su propio esparcimiento, separándose de sus responsabilidades de cuidado de su mamá y abuela.

“Pero también entendía yo que no podía no hacer algo por mí, por mi distracción”, dijo.

Mientras los años pasaban, las emociones como enojo, frustración, estrés y soledad se fueron acumulando en Teresita, hasta que un día tomó la decisión de buscar ayuda y encontró en la terapia una herramienta para aceptar su realidad y sobrellevarla de la mejor manera posible.

Después de la muerte de su abuela y de que su mamá cayera en cama, encontró formas de combinar sus momentos de esparcimiento con su responsabilidad de cuidadora. Por ejemplo, solía invitar a sus amigos a su casa o llevar a su mamá junto a ella cuando iban a un viaje, siempre considerando sus necesidades.

“Yo tuve que integrar mi dinámica a mi vida porque si no no iba a poder”, reconoció.

La transformación de un hogar

 

En México, los cuidados recaen, principalmente, en las mujeres, y a menudo se asume como una obligación gratuita, dejando a las mujeres que asumen esta tarea en una situación de indefensión económica y con pocas posibilidades de tener recursos suficientes que le garanticen una vejez digna.

De acuerdo con la Encuesta Nacional para el Sistema de Cuidados (ENASIC) 2022, en México, el 75.1% de las personas que brindaron cuidados fueron mujeres y solo el 24.9% fueron hombres.

Además, según la encuesta, el 56.3% de las mujeres cuidadoras participaban en el mercado laboral, mientras que el 43.7% formaban parte de la Población No Económicamente Activa (PNEA).

La mamá de Teresita fue una cuidadora, gran parte de su vida la dedicó a cuidar de la abuela y la tía de Teresita, pero debido a esta labor, no tuvo la oportunidad de tener una buena pensión de la cual apoyarse en su propia vejez.

Al enfermar su mamá de Alzheimer y tras la muerte de su tía, Teresita tuvo que hacerse cargo de los labores de cuidado de su mamá y abuela, lo que terminó siendo una gran carga económica, misma que la llevó a transformar su hogar en un asilo para adultos mayores.

Explicó que tras siete años de cuidados, el gasto se volvió insostenible, por lo que en primer lugar recurrió a la venta de la casa de su abuela, pero al terminarse el dinero, tuvo que llegar al acuerdo de que un asilo se instalara en la vivienda que habitaba a cambio de cuidados para su mamá.

“En su momento la casa era de mi abuela y alguien la compró y nos dio el dinero para apoyar para los cuidados de ellas, pero cuando ya no hubo más dinero, ya no hubo quien pudiera cuidar. Entonces, yo tomé la decisión de hacer un acuerdo con un asilo, que el asilo se fuera a la casa donde yo estaba y yo salirme de la casa, pero con el acuerdo que yo podía ir todas las veces que yo quisiera es estar todo el día ahí si yo quería y que mi mamá tuviera todas las atenciones y su espacio intacto”, dijo.

Durante los seis meses que su mamá estuvo en el asilo, Teresita fue testigo del abandono familiar hacia las personas adultas mayores, pues en muchas ocasiones observó que las familias dejaban a los adultos mayores en la estancia, sin visitarlos y a la espera de su fallecimiento.

“Todos los días muere alguien. A mi mamá le tocó fallecer ahí. Hay gente que se muere de tristeza, de depresión, que deja de luchar. La gente pregunta por sus parientes, pero los familiares ya no van. Yo me acuerdo que yo llegaba y platicaba y había gente que añoraba mucho a sus hijos, a sus primos, a sus parientes. Es triste”, recordó.

 

Esta experiencia la hizo entender que aunque existen apoyos gubernamentales para las personas adultas mayores, estos no suelen ser suficientes para proporcionar una vejez digna, pues son pocas las personas interesadas en atender las necesidades propias de alguien que se encuentra en la última etapa de su vida y de la persona que la cuida.

Con su niño de meses en brazos, Teresita explicó que es muy diferente el labor de cuidado de un niño o una niña, a la de un adulto mayor, ya que la gente suele huir cuando ve que una persona está pasando por un proceso de deterioro mental y físico, mientras que con las infancias, las redes de apoyo son más amplias “al niño todo el mundo lo quiere cargar, todo el mundo lo quiere tener, todo el mundo lo quiere visitar, pero a los adultos mayores nadie los quiere cuidar”.

Sin embargo, a pesar de las dificultades, para Teresita la labor de cuidadora fue una oportunidad gratificante de regresar un poco todas las atenciones que su abuela y madre le dieron a ella.

La insuficiencia del sistema de apoyo

 

Al igual que Teresita, Elizabeth Montoya, directora de Atención al Adulto Mayor del DIF Estatal, consideró que se necesitan fortalecer las opciones de apoyo para los adultos mayores, ya que son pocas las estancias públicas a las cuales éstas personas pueden acceder para recibir cuidados y atención.

Según explicó, en Culiacán solo hay tres centros de atención, pero la demanda supera ampliamente la capacidad que hay en cada uno de ellos.

“Contar con tres centros a nivel de la ciudad de Culiacán, que es una de las más grandes, es insuficiente. A cada rato nos llegan quejas de que ven en varias partes de la ciudad a indigentes, pero no tenemos capacidad para asilarlos, ese es un problema serio y las necesidades van en aumento cada día más”, dijo.

Por ello, dijo, desde el DIF Sinaloa se ha insistido a las y los presidentes municipales en la necesidad de crear mayor número de estancias accesibles en donde las personas adultas mayores puedan acceder a cuidados, alimentación y compañía mientras sus hijos se encuentran trabajando.

Por otra parte, dijo que aunque los programas como la Pensión Bienestar para adultos mayores han sido de gran ayuda, en ocasiones no es suficiente para cubrir las necesidades básicas de un adulto mayor.

Coincidió con Teresita en la importancia de prever como familia y como persona, las condiciones necesarias para vivir en una vejez digna, como por ejemplo, dejar un testamento establecido.

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