La reseña que publica hoy Revista Espejo, de la autoría de la periodista Scarlett Nordahl, da cuenta de cómo en casas que parecen normales de la zona rural de Sinaloa emergen instalaciones clandestinas para la producción de drogas en esa actividad profunda del narcotráfico que transforma la otrora vida pueblerina apacible y tradicional, en bombas de tiempo con cuentas regresivas siempre iniciadas.

Se trata de la comunidad Pueblo de Abuya, que es parte de la sindicatura de Higueras de Abuya, municipio de Culiacán, donde los operativos militares localizaron tres casas que albergaban alrededor de 5 toneladas de metanfetamina lista para terminar de procesarse, ser empaquetada y distribuida al mejor postor, mercancía ilícita con un valor estimado de más de 1.5 billones de pesos.

Lo que inquieta, más allá de la cantidad de droga asegurada y el valor de la misma en el mercado negro, es el impacto social de estos narcolaboratorios porque es el referente de trabajo y oportunidades que se les ofrece a los habitantes de rancherías donde el gobierno no compite en la generación de fuente lícitas de bienestar, a no ser de los programas que con unos cuantos pesos postulan el combate a la pobreza.

El poblado, cuya casas parecen normales pero son parapetos de centros de procesamiento de drogas, se localiza a seis kilómetros de la carretera México 15, que recorre desde la capital del país hasta la ciudad de Nogales, ubicación que la hace parte de la zona accesible y que obliga a preguntar de si esto pasa allí, que estará ocurriendo en la franja de la sierra cuya geografía agreste y marginada aporta condiciones idóneas para la actividad de grupos criminales.

La atención a la violencia que deriva de la pugna entre las dos principales células del Cártel de Sinaloa reclama, aparte de la acción de militar y policial, la intervención de los gobiernos federal, estatal y municipales para darle un viraje hacia lo legítimo a las expectativas de desarrollo de las zonas rurales que sin otras posibilidades fundadas en la ley se adhieren al último reducto de sobrevivencia que les significa el narcotráfico. La lección del Pueblo de Abuya convoca a dirigir la mirada más lejos de las zonas urbanas con el propósito de encontrar allá las raíces de marginación de las que brotan aldeas cuyo futuro lo ponen en manos del crimen organizado.

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