Culiacán, Sinaloa.- Por el bulevar Francisco Zarco, cerca del estadio de los Tomateros, en un pequeño local que recuerda al Culiacán de antaño, es donde el señor Jesús Alejandro Leal Santana mantiene vivo el legado de la sastrería local.
Originario de Guadalajara, Jalisco, lleva más de 60 años dedicándose a la costura a medida. Comenzó en su ciudad natal, a los 14 años de edad, cuando su padre le negó el estudio, puesto que ya se encontraba pagando las carreras de sus hermanos mayores y, a la par, pidiéndole su apoyo para pagar la educación de los menores. Truncado su sueño de estudiar medicina.
“Yo quería ser médico, pero tenía tres hermanos mayores estudiando allá (en Guadalajara) y les estaba pagando la hospedería en diferentes partes; pues a los tres, mandando de comer (…), me dijo: ‘Ayúdame, no puedo con la carga’”
Aunque posteriormente intentó desarrollarse de manera profesional en la carrera de leyes y agronomía, no se sintió cómodo con ellas, tomando la decisión de desertar y dedicarse de lleno a la sastrería.
En un principio, era el ayudante general de la sastrería de su padre — mejor conocido como “el viejo”—, apoyaba donde se le necesitaba, no tenía un lugar fijo en el taller, lo que le permitió aprender de todo: coser un botón, arreglar una bastilla o tomar medidas. Conocía todo lo que se tenía que saber.
Incluso, llegó a aprender más allá; los trabajadores de la sastrería sabían trabajar únicamente con patrón de costura, mientras que él sabía cómo coser sobre tela: cortar directamente sin usar un patrón o molde. En lugar de seguir un dibujo de papel o cartón, se mide y se corta la tela según lo que quieras hacer, ya sea con una regla, tiza o simplemente a ojo.
Tener esa habilidad le llenó de confianza; se sentía capaz de muchas cosas, y entre ellas, el independizarse y comenzar un taller propio. A los 18 años decide salir de su casa para comenzar un taller aparte. Esto no fue muy bien visto por su progenitor, puesto que no lo veía capaz de llevar un taller por su cuenta.
“Cuando me independicé, le dije: ‘Papá, este año nomás te voy a ayudar, me voy’ y me dice él: ‘No la vas a hacer’ (…) . Mira, le digo entonces: ‘Me vas a dar 10 o el 20 por ciento de lo que gane, el resto me lo vas a guardar, y como las composturas me las dejas todas, se las voy a guardar todas.’
‘¿Y qué vas a hacer? ¿Qué vas a empezar?’ me preguntaba. Yo siempre le contesté que aprendí mejor que ellos porque yo sé cortar sobre tela. (…) Pues me preparé, compré un par de máquinas y él me regaló otra también. Y conseguí un local allá cerca del mercadillo, en Culiacán.”
Fachada del local actual
Con el paso del tiempo, las cosas comenzaron a mejorar para Jesús Alejandro. Aunque su primer taller estaba algo alejado del centro, empezó a notar que la clientela comenzaba a llegar de todas partes, especialmente porque los camiones se paraban justo frente a su negocio, y la gente comenzó a llegar de manera constante. Poco a poco, su negocio prosperó mucho, tanto que pudo comprar su primer carro, un vehículo del año.
Además de la costura, don Jesús Alejandro también fue futbolista amateur. Aunque su vida estaba dedicada a la sastrería, siempre le apasionó el fútbol. Jugaba en ligas locales y, en su juventud, formó parte de un equipo patrocinado por el gobierno municipal. Quien lo apoyó tanto en lo deportivo como en lo económico. “Me mandaron a hacer uniformes para el gobierno, me ayudó mucho.”
Recuerdos de su vida como futbolista amateur.
En sus años de fútbol, jugó en varios equipos, incluso en uno más modesto que terminó siendo todo un éxito. Viajó con la selección a varias partes, representando a Culiacán y Guadalajara.
A los 21, ya con una familia formada, se mudó a la Ciudad de México para perfeccionarse en Casa Cuesta, un taller que también funcionaba como escuela de costura. Aunque era una institución de paga, él confeccionaba sacos como forma de cubrir la cuota. Su estancia en la capital fue breve, pero suficiente para aprender lo necesario para hacer ropa tanto de hombre como de mujer.
“Ahí aprendí a cortar. Me eché un año en lugar de dos. Cobraban bien, pero como mi papá había estado ahí, me dijeron: ‘No te voy a cobrar. Pero me vas a hacer dos sacos a la semana, porque sé que lo sabes hacer’. Esa fue mi cuota: dos sacos semanales.”
Al regresar de la Ciudad de México, su taller se trasladó varias veces, hasta establecerse en el terreno donde aún hoy continúa trabajando.
Actualmente, don Jesús Alejandro continúa trabajando en su taller, aunque reconoce que el oficio ya no tiene el mismo valor que antes. Lo dice con claridad: “Ya la sastrería no va a durar, ya no hay sastres, ya se acabó.” Y aunque acepta que su trabajo le permitió salir adelante, también tiene claro que es una labor que está por desaparecer. Aun así, sigue recibiendo clientes, manteniendo firme la tradición mientras pueda, como una forma de honrar el camino que eligió desde los 14 años.
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