Al cumplirse hoy ocho meses desde que inició la presente ola de violencia en Sinaloa debido al choque entre grupos del narcotráfico, la paz se resiste a llegar y la delincuencia persiste en la generación de miedo y la comisión de delitos de alto impacto, en la extraña contradicción de exagerada presencia de grupos de civiles armados y pocos resultados en las instituciones de seguridad pública.

La incidencia de homicidios, desapariciones forzadas, bloqueos de calles y carreteras, ataques contra policías de corporaciones estatales y municipales, domicilios incendiados y el modus operandi criminal que persevera en tomar de rehenes a los sinaloenses mediante el miedo, obstruye cualquier asomo de tranquilidad y legalidad por más que las autoridades federales, estatales y municipales insistan en que estamos más seguros.

La prolongada y trágica jornada de la narcoguerra recalca el ajuste de cuentas al interior del Cártel de Sinaloa con el daño directo a personas y sectores que están al margen de las actividades y vendettas de la delincuencia organizada cuyos saldos aparte de inauditos igual se tornan infinitos, además de lo devastador que resultan en lo social, económico y político al dejar nada a salvo.

Sin embargo, a pesar de gobiernos que llevan el inventario de la barbarie y ciudadanos que ven rebasada la capacidad de asombro ante la escalada violenta, de algo sirve tener a la vista el balance de ocho meses del salvajismo que promueven los sin ley: mil 247 homicidios dolosos, mil 387 personas privadas de la libertad, 4 mil 719 vehículos robados, alevosa obstrucción de carreteras y vialidades, pérdidas incuantificables en las diferentes ramas productivas y tareas educativas alteradas.

Ante la dimensión del reto sistemático que le lanzan al gobierno los capos y sicarios del Cártel de Sinaloa, de la misma o mayor magnitud tiene que resultar la ofensiva de autoridades e instituciones contra criminales que saltaron todos los límites en materia de legalidad y de respeto al derecho de la población pacífica a vivir tranquila y con orden. Más de 240 días bastan para que la construcción de paz dé señales de fortalecerse, en oposición a la narcoguerra que a diario sí envía indicios de crecer en métodos que infunden terror y capacidad de situarse encima del marco legal.

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