El silencio entre las zonas serranas de los márgenes de Culiacán es roto por el imponente rugido de un felino encerrado en una pequeña jaula con movilidad casi nula. Le sigue el ruido del motor de un camión encendiéndose. Ese día, el rey de la selva parte del Santuario Ostok y vuelve a moverse en busca de una mejor vida.

El Santuario Ostok fue fundado con la promesa de ofrecer refugio y dignidad a especies víctimas del tráfico ilegal, circos y zoológicos abandonados. Allí, jaguares, leones, tapires y aves exóticas encontraron un nuevo hogar. No uno de exhibición, sino un espacio donde pudieran recuperarse de las heridas del pasado.

Sin embargo, hoy la amenaza que los acecha es aún mayor. No se trata de una enfermedad ni de la falta de recursos. Se van por miedo. Miedo humano, proyectado sobre una tierra que ya no les brinda seguridad.

Entre los que partieron hoy hay tigres de Bengala, jaguares, aves exóticas y los dos elefantes: Beraki y Big Boy. Este último, por segunda vez, se ve obligado a buscar un hogar seguro; una vez fue el circo, ahora es la tierra caliente del Santuario Ostok.

Ernesto Zazueta, fundador del santuario y presidente de la AZCARM, se había abstenido de dar entrevistas antes del inicio del evento. Prefirió esperar a que comenzara la rueda de prensa.

Cuando llegó el momento, lo dijo todo sin dramatismo. Con la voz firme, aunque por momentos quebrada por la nostalgia, dejaba entrever un sentimiento de impotencia en sus palabras: se iban por la inseguridad.

“Ya no podemos seguir aquí. No es seguro.”

Y si no es seguro para ellos, tampoco lo es para las personas.

En los últimos ocho meses de extrema violencia en el estado de Sinaloa —según la SEBIDES—, alrededor de 1,174 familias han tenido que abandonar sus hogares por temor a la inseguridad. Bloqueos armados, balaceras y la constante amenaza del crimen organizado han hecho que mantener una vida tranquila resulte una tarea imposible para cualquier ser vivo.

El Santuario Ostok albergaba a más de 700 animales, cada uno con una historia que empezó mal y que, finalmente, encontró una pausa en ese rincón de Culiacán. Cien de ellos ya partieron rumbo a Mazatlán. El bioparque “El Encanto”, ubicado en la sindicatura de El Habal, será el nuevo espacio donde podrán continuar con sus vidas.

El traslado de Big Boy y Beraki fue el más complicado. Se necesitó una grúa para cargar las 7 y 4 toneladas que cada uno pesaba.

Alrededor de las 12 del mediodía, Beraki subió primero. Todos los presentes miraban con asombro: ver a la imponente paquiderma elevarse por los cielos no era algo que se presenciara todos los días.

El traslado no solo representa un reto logístico monumental, sino también un acto profundamente simbólico. No se están moviendo solo jaulas; se está desplazando un proyecto entero: años de lucha contra el comercio ilegal de vida silvestre, contra el abandono, el maltrato y la indiferencia.

Durante el evento, en varias ocasiones Ernesto comparó la situación con el relato bíblico del arca de Noé. Y, en cierto punto, esa analogía lograba arrancarte una sonrisa con sabor amargo. Porque ahora no era una inundación lo que los obligaba a partir, sino —en sus palabras— una ola de violencia.

“Que no se olvide que hubo un santuario que resistió lo que pudo, y que, cuando ya no fue posible resistir, se movió.”