Porque es de justicia reconocer lo que hace bien la fuerza pública federal y estatal en medio de la guerra entre grupos del narcotráfico de Sinaloa, la liberación de cinco integrantes de una familia del poblado de Ayuné, en el municipio de Culiacán, equivale a la gota de esperanza que cae en el vaso vacío de confianza por la violencia ininterrumpida durante más de nueve meses.

Como sociedad necesitamos aferrarnos y aportar a que se multiplique cualquier indicio de eficiencia de parte del Ejército, Marina, Guardia Nacional, Policía Estatal Preventiva y las fiscalias generales de la república y estatal, que en honor a la verdad se esfuerzan y sufren la pérdida de vidas en sus frentes de batalla con tal de proteger a la gente pacífica.

Sin ser el único caso de desenlaces alentadores, después de la información que conmocionó a Sinaloa por la privación de la libertad de seis miembros de una familia, vino la acción inmediata y la tarea conjunta de investigación que hizo posible localizar y poner a salvo a cinco de las víctimas, inclusive deteniendo a dos personas que supuestamente son quienes las mantenían retenidas.

Es decir, sin detrimento en la exigencia que nos corresponde sostener a los sinaloenses para que regresen seguridad y legalidad, debemos y podemos encomiar los operativos exitosos como una manera de estimular al gobierno y los militares y policías que sí arriesgan sus vidas al trabajar para la construcción de paz en Sinaloa.

Los más de mil 500 homicidios dolosos cometidos en el período de la llamada narcoguerra nos requieren como sociedad en lucha permanente por el cese de muertes, miedo y anarquía generalizada, sin embargo, negar lo que la fuerza interinstitucional hace correctamente nos refrenda como víctimas que fortalecen la narrativa de sicarios victoriosos y militares y policías doblegados. Ojaláz que vengan nuevos resultados como el de Ayuné que hagan posible redireccionar la esperanza hacia la seguridad pública eficiente.