—¿Vio la camioneta blindada?
—Sí, oiga. Todos los días pasan. A toda hora.
—¿No les da miedo?
—No hacen nada si no se mete uno con ellos. Que no le dé miedo, no le va a pasar nada.
La camioneta pasa con regularidad por este pueblo. No se puede ver a los tripulantes, pero sí los remaches de la carrocería y los vidrios. Está blindada de manera artesanal, como han clasificado las autoridades locales en sus comunicados.
—Vengo buscando pan de mujer.
—No hay. Aquí ya nada se vende.
La camioneta volvía a pasar, patrullando este pueblo chico que es Imala, uno de los más bellos que hay en Culiacán. Normalmente, al llegar, cualquiera puede ver una postal de revista turística, como las que se muestran en ferias internacionales.
En los últimos 10 meses, ese paisaje ha sido opacado con las decoraciones hostiles que están colocadas antes de entrar: dos camionetas incendiadas, una de ellas tiene una soldadura sobre la cabina, un montículo como los que muestran las fotos oficiales de la Secretaría de Seguridad Pública cuando los vehículos enteros tienen aditamentos para acomodar fusiles de alto calibre.
—Vi las camionetas antes de entrar a Imala…
—¿Siguen ahí?
La sindicatura se encuentra al norte de Culiacán. Desde el 9 de septiembre de 2024, cuando comenzó visiblemente el conflicto entre dos organizaciones del cártel de Sinaloa, los territorios rurales han sido tomados poco a poco.
Son lugares silenciados por la violencia, donde ha azotado el crimen y desplazado a centenas de personas. Imala, que está apenas a 30 minutos del Centro de Culiacán, no es la excepción: hay pueblos como Tomo y El Pozo donde la gente está abandonando sus casas tras ataques letales.
En esos lugares han dejado caer bombas con drones, algunos de esos explosivos quedaron clavados en la tierra como evidencia, han incendiado casas y asesinado y hecho desaparecer a decenas de personas. Algunos cadáveres fueron ocultados por los propios perpetradores que vigilan los pueblos para que no lleguen desconocidos.
El 14 de julio un grupo de periodistas de la nota roja recibió un informe sobre tres personas asesinadas en El Pozo. El grupo se movió y al llegar vio casas incendiadas y a hombres armados. Los hombres armados abrieron fuego contra otros gatilleros que viajaban en una camioneta, pero también dispararon directamente a los periodistas.
Los periodistas se resguardaron y fueron rescatados por militares. Salieron ilesos, pero con el miedo aferrado al cuerpo.
Hay personas fuera de Sinaloa que preguntan sobre las condiciones de seguridad y es posible explicar con el retrato diario de los reporteros y reporteras de la nota roja, que van a trabajar con chalecos antibalas y un distintivo sobrepuesto que dice ‘PRENSA’. Es como en zonas de guerra en Medio Oriente o Europa del Este, pero en México.
En el principio de este conflicto se registraron asesinatos y desapariciones hacia el sur de Culiacán y municipios como Elota, San Ignacio, Cosalá, Eldorado, Mazatlán y Concordia, pero pronto se extendió a los 20 municipios de Sinaloa.
En zonas urbanas, hay lugares de Culiacán y Mazatlán donde se percibía la influencia de grupos criminales, incluyendo sitios como Imala, un pueblo turístico atractivo por su iglesia antigua, su cocina tradicional y su balneario de aguas termales. También es una región que conecta a Culiacán con Badiraguato y con los límites de Tamazula, Durango.
La Secretaría de la Defensa Nacional lo ha clasificado como un sitio de interés, tras localizar cerca de doscientas cocinas clandestinas para elaborar drogas sintéticas, de acuerdo con datos obtenidos con solicitudes de información y comunicados de prensa.
Pero a quienes nacieron y crecieron en Imala, eso no les importa. Viven del turismo, de la gente que va cada fin de semana a meter los pies a la piscina de aguas termales, a comer en los restaurantes de platillos regionales, de quienes quieren refrescarse con los raspados y los cocos, o los visitantes del templo que fue fundado a principio del siglo XIX.
La droga, los criminales y sus conflictos solamente son el precio injusto que les han impuesto y alejado a sus clientes.
—¿Desde cuándo están aquí los de la blindada?
—Ya tienen como cinco meses… y no se van.
—¿Y qué hacen ustedes con eso?
—Nada. No podemos hacer nada. Ni la autoridad ha podido. Hace cinco meses que nos vinieron a joder… y así estamos.
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