La experiencia vivida por los sinaloenses del centro del estado debido al sismo de 4.6 grados de intensidad en la escala de Richter, tendrá que activar al gobierno, universidades, instituciones científicas y operativos de protección civil para que a partir de este fenómeno se formulen y respondan bastantes hipótesis sobre las posibilidades de que se repitan y las maneras de hacerles frentes.

Por fortuna, hasta el momento el reporte considera la ausencia de daños de magnitud mayor y la población que sintió los efectos del movimiento trepidatorio transitó rápido del susto al chascarrillo dándole vuelo a memes, podcasts, videos y otros contenidos en esa habilidad popular que convierte en risa hasta cuestiones de suma preocupación.

El aviso de la naturaleza a manera de reclamo por la devastación a la cual la sometemos los humanos trae consigo la exigencia de revisarlo todo, desde los sistemas de avisos sismológicos, la investigación que determine en que situación están las zonas tectónicas sobre las que se asienta Sinaloa como el llamado Cinturón de Fuego en el que convergen la Falla de San Andrés, la Placa de Rivera y la de Tamayo.

¿Hay equipamiento, especialistas y voluntad gubernamental en materia de mecanismos sismológicos que permitan prever y atender situaciones como la de ayer? ¿Los constructores del sector privado y la obra pública toman previsiones anticipándose a los daños de eventuales terremotos? ¿Existe una cultura de la prevención frente a posibles desastres naturales de este tipo? ¿Se tiene un plan de protección al hábitat para evitar que la amenaza suba de nivel?

La sacudida de la tierra vale como advertencia y llamado a la toma de acciones en Sinaloa respecto a un peligro que considerábamos lejano e intangible. La gente que salió de sus casas, que estuvo en la duda de si era sismo o explosión derivada de la guerra entre narcotraficantes y que se puso a revisar el estado estructural de sus viviendas experimentó como pocas veces un nuevo modo de miedo esta vez asestado por la naturaleza.