Los once años de impunidad que mantienen sangrando la herida por los 43 estudiantes normalistas desaparecidos en Ayotzinapa, son el grito en exigencia de alto a la violencia que en todo México, particularmente en Sinaloa, hace que los ciudadanos acumulemos desesperación y frustración.

La indignación por las fallidas estrategias de seguridad pública, incapaces de instalar la tan indispensable paz, se funde en una sola en el territorio mexicano por las desapariciones forzadas, narcoguerras, desplazamiento de familias, ataques al patrimonio lícito y anarquía donde a la ley le resulta difícil prevalecer.

Así como en la jornada de protestas que se realiza en memoria de los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Burgos” de Ayotzinapa, desde Iguala, Guerrero, las consignas de “vivos se los llevaron, vivos los queremos” y la exigencia de pacificación llegaron a Sinaloa debido a las más de 2 mil personas asesinadas e igual registro de víctimas de privaciones ilegales de la libertad.

Ayotzinapa es todo México y la demanda de paz en Sinaloa también se propaga desde aquí al resto del país debido a la nacoguerra incontenible con pérdidas incuantificables por más de un año de enfrentamientos entre criminales que en sus fuegos cruzados inmolan a inocentes y eliminan las posibilidades de desarrollo económico y la acción social.

Ayotzinapa es lección de dignidad para sociedades que deben alzarse en construcción de paz, por encima de autoridades omisas que están derrotadas y rebasadas por la delincuencia. Es la convocatoria a erigirnos desde el valor cívico a recuperar el Sinaloa que el crimen y la desidia oficial nos robaron.