Al virar el panorama en Sinaloa de sequía extrema a agua necesaria  para reanudar el riego y garantizar el consumo doméstico, también las instituciones y política públicas relacionadas con el uso y cuidado del vital elemento están obligadas a evolucionar con visión de prevención de estiajes prolongados frente a comportamientos impredecibles de las lluvias cuyos ciclos se alteran por el deterioro del medio ambiente y la escasa conciencia de protección a la naturaleza.

Las presas que casi llegan al 50 por ciento de su capacidad de almacenamiento y los mantos freáticos recargados sí dan para levantarle el ánimo a una sociedad que se quita de encima la crisis por la escasez de agua y que, aún en el regocijo por ello, debe actuar no para el hoy sino para el futuro en lo que toca a la disponibilidad de buena salud ecológica y lo que de allí de deriva.

La agricultura planea el cultivo de granos, principalmente el maíz, previendo una cosecha récord en el ciclo otoño-invierno, aunque debe prever a la vez acciones de economía del agua independientemente de que se concrete la modernización de los distritos de riego de 075 y 010 que por lo pronto significa soluciones parciales.

La cultura del uso responsable del agua es débil y desarticulada porque para el manejo en los hogares las juntas municipales influyen poco y la población incurre en el derroche de un servicio que le cuesta barato, mientras que el campo y demás actividades económicas encienden las alertas cuando el abastecimiento del líquido resulta deficitario y las apagan al pasar la crisis.

Mientras continúen desatendidas las infraestructuras obsoletas de riego agrícola y los malos hábitos ciudadanos, el tema del agua permanecerá como tema de seguridad nacional cada vez más difícil de resolver. Por fortuna la naturaleza le da una nueva oportunidad a Sinaloa al proporcionar el recurso hídrico para que se enseñe a evitar crisis como la vivida en los meses recientes y aún más graves que estarían por venir.