Después de que el primer día de octubre reportó cero casos de homicidios dolosos en Sinaloa, al siguiente ocurrieron el ataque con materiales explosivos lanzados a las instalaciones de la Dirección Seguridad Pública Municipal de Escuinapa y la agresión que un grupo armado perpetró contra policías de Culiacán, en Aguaruto, privando de la vida a una persona y ocasionándole heridas a tres más.

Estos hechos, que certifican que las treguas efímeras de la violencia no significan menor intensidad de la narcoguerra, exponen también el nulo trabajo de inteligencia que realizan las instituciones militares y de seguridad pública que se concentran en operativos de persuasión y reacción, sin embargo, tardan en ofrecer resultados en materia de anticipación a las acometidas del crimen organizado.

Para el sentido común resulta difícil de entender cómo se movilizan por la ciudad los grupos de sicarios del narcotráfico entre la visible vigilancia de elementos del Ejército, Marina, Guardia Nacional y Policía Estatal, y consuman los asesinatos sin ser localizados ni detenidos antes o después de eventos que recalcan el sentimiento de desprotección en la población.

La madrugada de 2 de octubre, al atacar con artefactos explosivos lanzados desde un dron a la DSPM de Escuinapa, y la tarde del mismo día con los sucesos en la colonia La Compuerta, de Aguaruto, donde fueron disparadas armas de alto poder contra un grupo de policías municipales de Culiacán, le dan forma a una jorna más que echa abajo el discurso de los gobiernos federal y estatal en el sentido de que Sinaloa recupera seguridad pública.

Al contrario, la realidad persiste en hacer ver a las instituciones y quienes las presiden que la estrategia de seguridad pública tal ven funcionó en alguna etapa de la guerra que confronta a los hijos de Joaquín “El Chapo” Guzmán contra los de Ismael “El Mayo” Zambada, pero dejó de ser la adecuada para llevar a su fin el conflicto intracártel. Lo lamentable es que está costando demasiadas vidas humanas el tiempo que las autoridades tardan en reconocer la autenticidad y asumir las decisiones correctas.