Por: Emiliano Mendoza Aranda / @_mr.emichan
Se dice que murió en un motel. Se dice que no estaba solo. Se dice que la esposa llegó después, con los músculos tensos por el shock. Se dicen muchas cosas, pero siempre el machismo necesita de un cuerpo para contar su historia.
En un motel conocido de Puerto Vallarta, se suele escuchar el eco de la prudencia: las puertas que se cierran, los carros que entran y salen, las habitaciones que guardan secretos. Pero esa noche todo eso se quebró, sirenas de ambulancias, murmullos de la gente y un hombre que se desplomó al lado de quien lo acompañaba en ese cuarto.
De acuerdo con el informe oficial, de aquella noche húmeda y calurosa, de esas que el cuerpo te suda sin moverte, tan propias de Vallarta, alrededor de las 23:00 horas, las autoridades recibieron un llamado que alertaba sobre una persona inconsciente en una de las habitaciones de un hotel de paso. Trabajadoras del lugar intentaron reanimarlo sin tener respuesta. La zona fue acordonada y resguardada, mientras su acompañante de 43 años relataba lo ocurrido, después llegó la esposa a reconocer el cuerpo de su marido.
“Se fue bien feliz”, “se vino y se fue”, “murió en la raya del deber”, “soldado caído”, repetían en los comentarios de una publicación de un medio local, que da la nota roja como si el juicio moral se hubiera adelantado a la investigación policial. Pero, más allá de los comentarios pocos oportunos del face, esta situación pone en evidencia lo que preferimos callar: en México, la infidelidad es común y muchas veces normalizada.
Y es que en esa noche, mientras la policía cerraba el acceso al motel y los murmullos recorrían los pasillos, los números parecían cobrar vida: según el INEGI, casi la mitad de los divorcios en México tiene la infidelidad como causa, y más del 30% de los hombres y cerca del 13% de las mujeres han sido infieles, según el “Estudio sobre infidelidad en la pareja” de Magdalena Varela Macedo. Los hombres, fieles a su reputación, buscan principalmente satisfacción sexual y las mujeres,mucho más sutiles, lo hacen sobre todo por motivos emocionales… aunque tampoco se cierran a la excitación y al sentirse deseadas.
¿Hace falta justificar la infidelidad del hombre como si fuera un rasgo inevitable de sus genes? Algunos ridiculizan a la acompañante, mientras otros celebran el supuesto heroísmo y la valentía del hombre por arriesgarse a la aventura, como si la infidelidad fuera un destino inevitable. Pero no lo es: es una elección moldeada por la cultura y las normas con las que crecemos.
La cobertura en medios de comunicación y los comentarios en redes sociales reflejan lo que somos: una sociedad que observa más para señalar que para comprender. La familia enfrenta el duelo en medio de la mirada de los medios, entre rumores y comentarios. Mientras quienes se toman un momento para reflexionar, se preguntan qué espacio queda para el silencio y el respeto cuando la tragedia se vuelve noticia.
Por otro lado, un lugar donde sus paredes encierran gritos de placer, rastros invisibles de fluidos, sudor y la sofocante humedad de los encuentros, puede mostrar un pedazo de la cultura del silencio y del machismo. Pero según quien lo ocupe: parejas consensuadas, personas que buscan darse la libertad de su propio goce o parejas que se reencuentran después de años. En ese caso el motel se convierte en un lugar donde cada persona vive su intimidad a su manera, a veces reflejando tanto la cercanía y la libertad de esos encuentros, como las desigualdades de nuestra cultura creada por y para hombres.
Y al final, solo se dice que murió en un motel, pero lo que no se dice es que detrás hay una familia tratando de entender su pérdida. Enfrentándose al silencio que llega cuando ya no hay quién mire. Ni quién comente. Ni quién juzgue. El silencio de un país acostumbrado a mirar con morbo antes que con humanidad.

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