Concordia, Sinaloa.– Hasta mayo de este año, Concordia encabezaba la lista de municipios con mayor número de personas desplazadas por la violencia en Sinaloa, según los registros de Sebides. Aunque algunas familias regresaron a sus comunidades, lo hacen cargando un peso emocional: miedo, el duelo y el estrés postraumático.
En la escuela primaria de Chirimoyos, una de las comunidades afectadas, se instaló una brigada de atención médica y psicológica. Ahí llegó Martina, una mujer de poco más de 40 años, con una bolsa de plástico entre las manos. Dentro llevaba una caja vacía de medicamentos y una receta doblada en cuatro; venía por medicinas para el estrés.
“Yo me siento estresada; esas (las pastillas) me ayudan a pasarla, porque a veces el estrés no me deja en paz”, dijo.
Martina fue una de las tantas personas que huyeron cuando la violencia se recrudeció en la sierra. Hoy intenta recuperar algo de normalidad trabajando en su hogar.
Como ella, muchas otras familias regresaron con la esperanza de regresar a su vida cotidiana. Sin embargo, las huellas del desplazamiento no siempre son visibles: permanecen como pesadillas, ansiedad y la tristeza de saber que su comunidad no volverá a ser la misma de antes, cuando bajaron en busca de seguridad.
El duelo de una comunidad
La psicóloga Edith Robles, quien ha acompañado las tres brigadas médicas realizadas en la zona, explicó que los efectos del desplazamiento van mucho más allá de la pérdida material, viven la pérdida de su comunidad.
Hasta el momento, Robles ha brindado 28 atenciones individuales, entre mujeres, hombres y niños, además de tres sesiones grupales con mujeres, de las cuales más de una docena presentan síntomas de depresión, ansiedad y trastorno de estrés postraumático (TEPT).
“El insomnio, la tristeza y la desconfianza son parte de este. Las personas sienten que cualquier información que den puede ser usada en su contra. Han normalizado el miedo”, aseguró.
Durante las sesiones, detectó que el TEPT se presenta especialmente en mujeres: algunas son madres que temen por sus hijos adolescentes, ante el riesgo de ser víctimas de reclutamiento forzado por el crimen organizado, mientras que otras, al igual que los hombres, fueron testigos de hechos violentos y de privación de la libertad.
“El duelo de las madres por dejar ir a sus hijos adolescentes está atravesado por el miedo constante a que sean reclutados, secuestrados o desaparecidos por el crimen organizado. Ser joven y hombre los coloca en un alto riesgo.
Por otro lado, muchos hombres, también mujeres, han vivido experiencias de violencia, tortura o desaparición, pero el miedo suele impedirles denunciar o hablar de lo que les ocurrió. explicó.
Las infancias y adolescencias, por otro lado, presentan retrocesos escolares. Algunos, explica, manifiestan dificultad para memorizar o concentrarse, e incluso pesadillas.
“Me contaban que soñaban con sus animales siendo asesinados o con su casa destruida. Para ellos, perder sus juguetes o a su mascota fue parte del duelo. Aunque parezca pequeño, ese dolor es enorme en su mundo”.
El desinterés por lo académico, añade, nace de la sensación de que su memoria o su capacidad de entendimiento “ya no funciona igual que antes”. Robles lo atribuye a que el cerebro de los menores sigue en modo supervivencia.
Los efectos del estrés en el cuerpo
Para la médica rural Mariela Reyes, integrante de la brigada Donde arde, florece, los padecimientos en la sierra no solo son físicos: son el reflejo de un cuerpo que todavía carga miedo.
“Se ha estado viendo estrés, ansiedad y enfermedades que vienen de somatizar lo que han vivido: colitis, gastritis, migraña, insomnio… todo se relaciona con la tensión que viven”, explicó Reyes.
De acuerdo con la médica, los cuerpos de las personas desplazadas cargan el peso del trauma. Aunque ya no se escuchan los disparos, porque la violencia se trasladó a la cabecera municipal, el miedo sigue ahí, manifestándose en sus emociones y en la descompensación física.
“Hay pacientes con diabetes totalmente fuera de control que deberían estar hospitalizados, pero no pueden dejar sus casas ni trasladarse fácilmente”, añadió.
En Concordia, el retorno a las comunidades desplazadas no ha sido un punto final, sino el inicio de una nueva etapa: la del duelo. Médicos, psicólogos y voluntarios intentan llenar los vacíos que dejó el Estado, atendiendo a una población que aún vive en alerta.

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