Que la tierra nos devuelva.
A quienes fuimos, a quienes buscamos,
a quienes se quedaron en los caminos polvorientos del norte,
bajo el silencio espeso de las sierras.

Que cada hueso hallado sea también semilla,
que florezca la memoria donde el Estado sembró olvido.
Que los altares se enciendan no solo por los que regresan,
sino por los que aún caminan sin nombre entre nosotros.

Porque los muertos no se han ido,
solo cambiaron de territorio.
Vuelven en la brisa, en la cera que gotea,
en el llanto que se transforma en canto.

Y las madres, esas que abrieron la tierra con las manos,
han hecho del dolor un mapa,
del desierto un altar,
del amor una forma de justicia.

Que este país aprenda de ellas:
que la vida insiste, incluso entre la muerte.
Y que mientras haya quien recuerde,
ningún cuerpo, ningún nombre,
estará del todo enterrado.

 

Cuentos por Itzel Cervantes, octubre de 2025
@_LasBitacoras / @tudealerdepaisajes