Según la IA, yo soy una escritora de identidades, lo que sea que eso signifique. En esa revelación digital estaba cuando me apareció en la pantalla una canción viejita que nunca supe quién cantaba. La escuché completa y recordé el día que vi la cara de mi padre, luminosa de alegría, cuando me escuchó contar “Hasta la miel amarga” con micrófono y a todo pulmón en una fiesta familiar. Él no imaginaba que yo me supiera esa y otras canciones, tampoco supo que desde que me fui de la casa, por estudios y trabajo, fue cuando me entró el interés por lo que a él le gustaba. Me entró el gusto por la música norteña, por su rock, por la cerveza y por los ostiones directos de la concha, por intentar hacer lo que vieres a la tierra que fueres, por prenderle sus velitas a los muertos, por caminar confiada por la vida, por imitar, apenas, su amorosa y bondadosa forma de alegría. En tiempos de IA es preciso saber cuál es ese sentido de identidad y pertenencia del que nos hablan, no vaya a ser que los valores se nos confundan y pretendamos ser eso que dicen que somos a fuerza de tanto decirlo.
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