Por: Cecilia Farfán
La Sinaloa que le gusta al presidente es la de utilería. No la que le recuerda que tiene que gobernar. Al señor presidente lo que le gusta es tomarse fotos con la señora Loera en Badiraguato, pero no tiene tiempo para reunirse con las miles de buscadoras sinaloenses que arriesgan su vida haciendo el trabajo del Estado con la esperanza de encontrar a sus seres queridos, porque según cuentan “no le gusta que le reclamen”.
A López Obrador le gusta que lo veamos inaugurando carreteras que conectan a Sinaloa con otras partes del país y el nuevo Hospital General-IMSS Bienestar, pero no le gusta cuando los sinaloenses le reclaman, desde el encierro autoimpuesto, por el bienestar de sus familias.
La indolencia de López Obrador ante las miles de víctimas, en Sinaloa y México no es nueva. Sin embargo, a unos días de concluir su mandato, nos confirma cómo la narco-Sinaloa imaginada está al servicio de su proyecto político sin que él, como presidente de México, esté al servicio de la ciudadanía. Dos ejemplos:
El subterfugio de la soberanía: El secuestro-arresto de Ismael Zambada produjo la secuencia ya muy conocida en los titulares nacionales e internacionales: “La caída de un capo” y las lecturas de tarot subsecuentes sobre dinámicas criminales que, siendo honestos, ni los criminales tienen claras. En cambio, en su Sinaloa de utilería el secuestro-arresto de Zambada le dio a López Obrador otra oportunidad para defender la soberanía de México frente a Estados Unidos. Claro, el problema no es la corrupción que permite que el crimen organizado funcione y se expanda, el problema es que tengamos traidores a la patria que entregan a los criminales—made in Mexico—al vecino. En la Sinaloa de utilería de López Obrador, Don Zambada merece tener un debido proceso mientras que Griselda Triana, viuda de Javier Valdés tendrá que seguir exigiendo la extradición de Estados Unidos hacia México del autor intelectual del asesino de su pareja.
La culpa es de los gobiernos neoliberales: Al presidente López Obrador podrán no gustarle lo que él llama gobiernos neoliberales, pero ha resultado el mejor alumno del “Y yo por qué” del expresidente Fox. Con cada suceso de violencia que ocupa los titulares nacionales el presidente no ha perdido oportunidad para argumentar que esta violencia no es suya, que la heredó de Calderón y de Peña y con esa aseveración busca zanjar toda discusión. Quienes seguimos y estudiamos las violencias en México no “culpamos” a López Obrador. La falacia está en querer que a uno lo elijan para gobernar el país (en tres campañas electorales) y luego seleccionar a modo la agenda pública—los jóvenes construyendo el futuro si son de la 4T pero los jóvenes desaparecidos (que también desaparecí en mis estadísticas), no.
Aunque el presidente utilice las violencias que en estos días mantiene a los sinaloenses en la zozobra para vilipendiar a sus predecesores (y por ende adular a su gobierno), las políticas públicas que se implementen durante el sexenio de Claudia Sheinbaum para reducir la violencia en Sinaloa tendrán que evaluar aquello que se hizo y se dejó de hacer en los sexenios de Calderón, Peña y López Obrador, aunque a este último en particular no le guste que le recuerden que fue servidor público y como tal hay que rendir cuentas.
Al señor presidente que pronto estará en retiro, le recomiendo la canción del “lujo de Sinaloa”, Te hubieras ido antes. A la Dra. Sheinbaum le deseo el mayor de los éxitos con la Sinaloa que no ha “normalizado la violencia” y la Sinaloa que merece un gobierno que no la quiera solo de utilería.
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