El estallido, la ola de violencia en Culiacán, fechado casi por consenso el 9 de septiembre del 2025, no se “sintió” en San Isidro tan de inmediato; pero no crean que, porque en este paraíso de cemento no llegaran el ruido de los balazos o el humo de las casas y negocios que ardían, no, es porque en estos lares, desde hace años eso pasaba, con menos frecuencia sí, pero pasaba. Quienes aún no morimos en lo que es el “Oriente (o el sur) de Culiacán”, como se le dicen a este chingazado de colonias, ejidos, ranchitos, veredas, canales y demás lugares donde, desde hace años hemos tenido que compartir la vida con el delito y el crimen, pues queramos o no, pocas cosas nos espantan. Con decirles que, mientras escribo esta calumnia, hay una persona ejecutada a unas cuadras de mi y en el grupo de whats de lxs vecinxs, eso ya no es noticia; pero no nos crean indolentes, es este pinche cuero se nos ha curtido de tanto chingazo, el que no permite sentir. Si nos damos el lujo de sentirlo todo, ya habríamos parado en locas.

Pero la cruda realidad se hizo presente, no sé bien cuándo, pero en algún momento después de ese 9 de septiembre, dejamos de salir de la colonia y/o regresar bien temprano, antes de que anocheciera. Los primeros días, estamos como las gallinas, cuando apenas se oscurecía ya andábamos buscando donde dormir. Para quienes ya estamos entradas en años, dormir temprano no es problema, pero, ¿Las criaturas?, como chingados hacerle para que de un día a otro se metieran a dormir temprano.

Segura que cada depa tenía sus preocupaciones, algunas quizá muy particulares; yo que vivo sola, pues me preocupaba el trabajo (un restaurante que cerró por varios días y que cuando abrió, fue a días sí, a días no. La perra incertidumbre me respiraba en la nuca a diario) y el saber cómo estaban mi papa y mamá allá en el rancho; de mis hermanas y hermano acá en Culiacán, pues estábamos bien al pendiente siempre. Pero otros depas tenían esos mismos y otros pendientes, que si van o van a la escuela el plebero; que si había una balacera, como chingados se regresa el plebero y como esa, seguro muchas otras. Quien me lee, seguro recuerda como fueron esos días de hace 6 meses, donde diario había que ver las noticias y sopesar sí, 10 muertos, dos o tres incendios, un chingadazo de ponchallantas y sabe Dios cuantos enfrentamientos, ¿Era suficientes para no salir? o si no había estado tan pior o si de plano la cartera, el trabajo y las deudas le urgían a una a salir (era lo madres lo que estuviera pasando) y llevar de protección las oraciones que una misma se hecho antes de cerrar la puerta del depa y bajar las escaleras. Y en medio de eso estábamos todas, todos y todes.

En el más de mes que no salí a trabajar, que solo ayudé a coordinar algunas actividades desde casa y que, pues no gané ni un peso, ni para el jabón; pues salía a de perdida respirar fuera del depa era como que mi terapia para no quedar pelona como la Britney. Y sin decirlo, los plebes estaba igual o pior que una; no son de contar sus sentires, al menos no de forma directa como una, pero a cada rato se les manifestaba la frustración de formas bien perramente feas y al menos para mí, era bien descorazonante verles así.

Varias veces pensé en un compa fotógrafo que tiene un proyecto llamado Casa Click; que chingados haría Rafa, me lo pregunté muchas veces; pero como día él: pensar sudando.

Una de esas noches, mientras nos hacíamos bola en un sillón viejo que habían salvado de la basura; sin un rumbo ni en la plática, uno de los plebes dijo: “Vale verga estar así, wey”… otros le secundaron y yo solo le pregunté “¿Y eso, que pasó o qué?” y se sueltan como hilo de media: Es que wacha, wey; vale verga estar así, ni para la Pío (unas canchas que están del otro lado del boulevard) vamos; no se puede salir a ni una lado, y aquí no hay nada que hacer, nomás estamos valiendo verga. Otro le reviró que apenas un día antes había ido a la Pío; el morro le responde que pues sí, pero mi amá supo y me cagó el palo. Otro se quejaba que ya no sale en bici, que las corridas y competencias ya no hay y así por ese estilo de cosas que se podían y hacían con toda libertad, no se podían hacer más.

Los plebes no dimensionaban el mierdero en que el estábamos, a decir verdad, seguimos sin dimensionarlo; es hora que no conozco a nadie que diga: pa´tal fecha, esto se termina o, se necesita hacer tal o cual cosa y se acaba esta guerra. Por un lado, los plebes sí se animaban a irse fuera del complejo de depas -sobre todo los más grandecillos-, pero sabían que su madres estaba pendientes de ellos, que si bien podían agarrar la calle e irse, si los cachaban era regañada segura y pues eso menos ayudaba a todo lo que pasada.

En eso estábamos, cuando les digo: “y porque no jugamos al boli, allí está la red dioquis”. No pues balón no había y pues la red estaba más guanga que yo.

Les dije que al día siguiente iría y conseguiría un balón y que, arreglaríamos la red. No sabía en que me estaba metiendo.

Al día siguiente les llegué con un balón -aunque ya habían conseguido otro y ya estaban jugando-, jugaron un rato, pendejiaron más que jugar, pero por esa noche fue suficiente. Ya más noche, les recordé que había que mejorar la red y pues hicimos lo posible, porque nomás las manos pelonas llevábamos ni un alfiler siquiera como herramienta. Esa noche planeamos lo que se haría al día siguiente.

Al otro día, en el día, unos hicieron un agujero y sacaron uno de los postes y lo reubicaron. La chinga no era poca, es un pinche lajero, estamos arriba de un cerro pues. Ya en la noche, estaban bien avispados, con ganas de disque dejar bien mashin la cancha. Jugaron un rato y ya mas noche, tipo media noche, ya bien marihuanos, allá te vamos a sacar el otro poste y reubicarlo. Una santísima putiza que fue eso, la barra me legaba como a las chichis y la pala estaba más plana que yo, esa madre no sacaba tierra. Pero con todo en contra, menos las ganas, sacamos ese poste e hicimos otro hoyo y lo metimos allí, la red quedó al perrazo; con una rafia de que me robé de no se dónde ni se cuándo, marcamos el cuadro y tensamos la red; bien perramente orgullosos terminamos como a las 2am. En esa noche se mentaron más madres y vergas que en todas las canciones del regional mexicano juntas; los plebes acusaban conmigo a quienes “se estaban haciendo pendejos, no hace nada” y yo, en papel de la señora del balón, les disque sentenciaba que si no ayudaban, cuando les viera jugando les quitaría la red, sabían que era mentira, pero aún así, si se seguían haciendo pendejos, era menos notorio. Compramos mota, caguamas, refrescos y sabritas; solo refrescos sobraron.

Al día siguiente compre 42 pesos de un mecate amarillo delgadito pero aguantador y trazamos el cuadro para que quedara más chingón. Fue toda una proeza que yo resumo en unos párrafos. Pero fue una chinga, unos ayudaban menos que otros, los más morros pues le sacaban a la barra y si la usaban pues poco lograban, así que, pecho tierra, con las manos sacaron toda la tierra de los pozos. La cancha estaba lista, alguien convenció a su papa y, robándonos la luz, colgamos una lampara y se hizo la luz, era el amanecer el 3er día.

Ese fue el primero de muchos días de juego, si bien la ciudad ardía, en los depas de San Isidro solo estábamos iluminados y felices. La cancha dio para mucho, hubo quien le caía a nomás ver jugar, otrxs a noviar, a que pasear perritos y criaturas y en sí, fue el centro de la colonia. De otras colonias le cayeron a las retas, o solo a tontiar jugando, se vivía distinto que fuera; no por eso no extrañaban la libertad de salir, de juga futbol, por ejemplo.

Cuando llegaba yo o ya esta allí y llegaba alguien nuevo o que no me conocía, era notorio que mi presencia allí les llamaba la atención, les incomodaba. Varias veces oí a morros decirles: “Es Ximena, es trans, es a toda madre”, a veces porque les preguntaban, otras porque notaban el morbo en la mirada de los otros. Claro que una mujer barbona de más de 100 kilos con bata, con aretes, uñas pintadas y un molote no es que pasara desapercibida; pero no era solo eso, era que todo eso, estaba junto a ellos como una más de la bola, es más hasta con cierto protagonismo y eso no era de ver diario. Así fue como ya no fue tan raro verme entre la plebada, trataba de ir cada noche para animar a que jugaran. A veces lxs mas morrxs no jugaban porque pues no sabían casi y yo les animaba a jugar a que si no practicaban no sabrían y me hacían caso, en realidad nomás necesitaban un puchoncito. Como pasa seguido, pues a veces el balón se quedaba en casa de alguien, siempre de los más grandes, porque ya saben quesque los morrillos lo pierden. Para evitar eso, les compre un a los morrillos para que jugaran ellos “sin pedirles chichi a esos vergas”, a los más grandes pues.

Las retas eran lo mejor, porque pues al parecer se pierde casi la hombría. Nunca me elegían para jugar, un tanto por mala, lo reconozco, por más por trans. Porque pues sí elegían a unos que eran tan o mas malos que una, pero eran vatos pues; hasta a morros que ni el balón podía, menos sacar y cruzar el balón del otro lado de la red, a ellos sí los elegían. Ya que me cansaba de decirles que me eligieran a mí y que me ignoraran, me paraba y me metía en un cuadro y les amanazaba: “yo voy a jugar en este cuadro con el equipo que se arme y, háganle como quieran”. Allí estaban queriendo convencerme que no, que porque era/soy mala, a lo que les decía yo con mi español florido: “es lo vergas, como si eligen a fulano de tal, que ni el pinche balón puede” o cosas como “como cuando me cargaban de su pendeja, trabajando como burra, haciendo los hoyos y cargando los postes no dijeron, esta verga ha de ser mala jugando, allí les valió monda vea, no pues ahora voy a jugar y háganle como quiera” o “ni en mis tiempos de foquemona andaba de madrugada (mentía, sí anduve) como cuando hicimos esta cancha” y por último, este sí era brutal “como chingados quieren que se me quite lo pendeja para jugar, si no me dejan jugar”. Ante mis argumentos, no quedaba de otra que jugar conmigo; que la neta no siempre perdemos, la neta.

En esos meses, se jugaba y platicaba a toda hora, mientras unos jugaban otros forjaban y fumaban; siempre con el ojo bien puesto en la entrada, que no fuera que llegaran los culeros de la Guardia Nacional o pior, los corrientes de la mañucipal.

En esos meses, les ayudé haciendo registros para becas, entregándoles cajas con condones, orientándoles donde hacer tal o cual trámite, dándoles raite a comprar algo, oyéndonos.

Los plebes, por morbo, siempre tienen interés en que si me hice la jarocha, que si me la voy a hacer; les llama machín la atención que les hablara sin tapujos de cuando de morra sembré marihuana o cuando era puta en el Leyva Solano. Creo que para todos (sin exagerar) era la primera vez que conocían a una trans de cerquita, como persona. Horas hablábamos de la vida de las personas trans, esos plebes saben más vivir como trans que muchas gente con doctorado en la materia. A veces cuando ya era bien noche, les gritaban (porque acá se sigue usando que te griten para que te metas al depa) su papá o mamá, preocupadxs por la hora y por no saber con quién estaban; varias veces oí que les dijeran “amá/apá, allí también está la Ximena” y con eso ya se regresaban hahaha. No se que mentiras les habrán dicho de mi a sus papas o mamas, pero les resultaba.

Otra vez me fui de hocico, ni tiempo va haber para que se chiquiteen conmigo.

Se lo lavan.

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