La obra de Rosa María Robles en las artes visuales es reconocida mucho más allá de Sinaloa y de Culiacán, la ciudad en la que ha vivido tantos pasajes maravillosos y tantos pesarosos desencantos. Una obra merecedora de montajes en diversos lugares del mundo y que ha sido comentada por autores como Juan Villoro, quien, a propósito de su escrito sobre la exposición Navajas, recibió el premio nacional de periodismo Rey de España en 2010 (“La alfombra roja del terror narco”, publicada en el suplemento cultural de El Periódico de Catalunya, 1 de febrero de 2009). Para fortuna nuestra, ella ha decidido quedarse en esta tierra en la que su vida hunde raíces y su imaginación se despliega, como hubiera dicho su querido amigo Martín Amaral, en vuelo libre. Pero el suyo no ha sido un trayecto ordinario, ni como artista, ni como creadora, ni como ciudadana. El de ella es uno de esos casos en los que la vocación artística se funde con la vida, o mejor: la metáfora del arte se funde con esa otra metáfora que es la vida. Su verdad artística está íntimamente ligada con su verdad humana.

Rosy es, además, una promotora cultural de primera línea. Prueba de ello es, después de mil vicisitudes de toda índole, la adquisición legal de la histórica finca en la que estuvo, desde 1876, la fábrica de azúcar La Aurora en la capital sinaloense, convertida ahora en su casa estudio y en un nuevo espacio para la cultura y las artes.

Nadie me lo va a contar, la conozco desde joven y he simpatizado siempre con su atrevimiento como exploradora estética y como exploradora de la vida. Conozco su irreverencia y su desapego del mundo de las convenciones sociales y del mundillo de la competencia y los cenáculos culturales. Rosy nunca ha necesitado nada de eso. Muy por el contrario, ha huido de la luz fácil de esos reflectores.

Cuando ha sido objeto de la atención de la prensa y los medios de comunicación, ha sido por lo que dice su obra y por lo que ha hecho en su labor como promotora cultural. Hay en ella esa autenticidad de quien ha asumido al arte como una actividad valiosa en sí misma, pero también como un dispositivo de intervención social, develador de realidades que nos muestran lo que somos de cuerpo entero, lo que hemos hecho y des-hecho como sociedad.

He dicho al iniciar este apunte que Rosy es una creadora, lo que significa que no se ciñe a una sola vertiente artística. Y hoy lo comprobamos al tener en las manos su primer ejercicio narrativo publicado. Una incursión literaria afortunada y reveladora de su profunda y compleja humanidad.

 

Ya los críticos literarios tendrán ocasión de hacer los comentarios puntuales al texto de Rosy. Por mi parte, diré que en su libro se advierte la refrescante influencia de narradoras como Inés Arredondo, pues sus personajes han sido también inundados por la agitada pesadumbre del agua desbordada, tal y como ocurre en Río subterráneo, el extraordinario relato de la señera escritora sinaloense.

Y de manera explícita está muy presente, al aludir a aquel Comala tan imaginado y al mismo tiempo tan real, ese punto de referencia de nuestra historia literaria que es Juan Rulfo. Aunque esta es, tengo que decirlo en justicia, una influencia sólo inspiradora de una prosa poética cargada de metáforas. Metáforas que no pretenden ocultar, sino hacer más visible la crudeza del mundo, de la vida, de nuestra humana condición. Y ahí está, como muestra, uno de sus singulares pasajes:

Se dice que donde hay ánimas extraviadas —escribe Rosy—, no encuentran el sosiego ni humanos ni animales a varios kilómetros a la redonda y ni los perros ni los gallos pueden dormir y toda la noche se la pasan ladrando y quiquiriqueando, como si las nubes se fueran a desgarrar en hilachas, como si la tierra se abriera en grietas bajo sus patas, y encendidas calderas subterráneas arrojaran su fuego a lengüetazos. (p. 35).
La protagonista de las tramas de Rosy, es Torna Tormento, una mujer que ha renunciado a toda convención dictada por la corrección social y política. Que ha decidido, con plena conciencia, encarnar en sí misma, en su apariencia, en su deambular por parajes, tabernas y panteones, en sus diálogos y digresiones, la iluminación oscura de lo real negado, de lo real que nos incomoda, de la cruenta realidad ante la cual, en buena medida, cerramos los ojos.

Torna Tormento es ese personaje que recuerda entrañablemente los suaves olores de su madre recién fallecida; la que recuerda el arrayán de su padre, un hombre que era, él mismo, un árbol que dio sus frutos dulces y agrios a la vida. Y Torna Tormento es, también, esa mujer que prefiere ser vista como alienada antes que negar ella misma la verdadera alienación del mundo, esa que se cifra en la realidad abigarrada, feroz y plagada de hipocresía de los “tartufos” que viven de la conveniencia, la apariencia y la complicidad.

Una vez más Rosy Robles nos sorprende con su entrega y diversidad creativa. Con el seudónimo Río Turbulento, abre, esta vez desde la literatura, una ventana para asomarnos a nuestras vidas, para hacerlo sin concesiones ni consoladores encubrimientos.

Es sabido que en el proceso de la creación, el artista y la artista, el escritor y la escritora, se desnudan, en alguna medida, ante los demás, pero hay en ese proceso también un autodescubrimiento. Al descubrirnos una realidad encerrada en la ficción literaria, Rosy se ha descubierto a sí misma como escritora. Río Turbulento es la creadora, Torna Tormento el personaje, Rosy Robles es el ser humano pleno del que seguiremos esperando muchas fulguraciones más.

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Ronaldo González Valdés. Culiacán, Sinaloa (1960). Sociólogo, historiador y ensayista. Sus últimos dos libros publicados son George Steiner: entrar en sentido (Prensas de la Universidad de Zaragoza, España, 2021) y Culiacán, culiacanes, culiacanazos (Ediciones del Lirio, México, 2023).

Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la línea editorial de ESPEJO

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