“Es mi fiesta y pongo la música que quiero”, pasado en tragos, mi amigo exigió sus derechos; así que escuchábamos y escuchábamos la misma canción; ni hablar, festejábamos su cumpleaños y estábamos en su casa. Al poco rato, nos hartamos y fuimos abandonando el lugar sin mayor escándalo. Recuerdo lo anterior, cada que escucho un absurdo, como las bravuconadas del que haría un muro y ahora aumentaría tarifas a sus socios, ese que no se cansa de repetir que a partir de ahora su país florecerá y será respetado, que su prioridad será crear una nación que sea orgullosa, próspera y libre…¿libre?… remata anunciando que sólo habrá dos géneros: hombre y mujer; se restringen los derechos a la comunidad transgénero… y un colofón donde avisa que se apropiará de lugares y cambiará nombres… ¿hordas de bots y trolls que difunden discursos de odio?… ¿Cómo sobrevivir a tanta insolencia? A fin de cuentas, ambos personajes —mi amigo y el vecino— están en su territorio y pueden hacer lo que les venga en gana. La cosa es qué hacemos nosotros… y así vamos, cada cual, atendiendo y gastando el tiempo donde quiere. Eso sí que es libertad. Así que, ante el caos que vocifera ser contemplado y, hasta que el algoritmo nos alcance, yo zafo.
No doy más, preferí continuar con un mínimo útil cada día. Decidí entrevistar al señor que vive en un auto; un sedán lleno de triques donde duerme, se asea, almacena sus lecturas y da de comer a los pajaritos de la zona. Vive —en auto rojo estacionado— contra-esquina del parque. Todas las mañanas que paso por allí intercambiamos el saludo. En una larga charla —sentados en plena banqueta y ante despliegue de objetos y textos—, me ha contado cosas tan hermosas de otros lugares y tiempos que lamenté no haberle tomado atención desde antes. Enterarme de cómo perdió su casa y a su familia ha sido una lección que bien quisiera gritarle al mundo para que nadie más la repita. Escucharlo fue tan revitalizador, que recordé en automático la vida de la tía Juana, esa tan engreía que se atrevió a dejar al marido sin decirle siquiera por qué. En definitiva, mi lado está de este lado, tal como anuncia el muro de Tijuana: “De este lado también tenemos sueños” ¿Cuál es el tuyo?
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