Cada día agregado a la escalada de violencia que vive Sinaloa desde el 9 de septiembre, certifica que la delincuencia está llevando al más alto nivel sus actividades ilícitas, la población pacífica recae en el desánimo y desesperanza, y los gobierno federal, estatal y municipales se ven evidenciados en la imposibilidad de proteger a los ciudadanos pacíficos y sus patrimonios, e inclusive incapaces de hilar una propuesta que aglutine a la sociedad en el mayor esfuerzo colectivo por la tranquilidad con base en la civilidad.
Este día el automóvil incendiado y la explosión en el sector Limita de Itaje, así como los restos humanos localizados en hieleras frente a la Unidad de Servicios Administrativos del Gobierno del Estado, conforman la nota del horror que alimenta la narrativa cotidiana donde los sinaloenses nos inmovilizamos en toques de queda, parálisis laboral, abandono de los espacios públicos, cierre de negocios y discursos de gobernantes estacionados en repetir que estamos bien, inclusive mejor que antes.
La crónica de Culiacán y del sur el estado diezmado por la delincuencia no es otra cosa mas que el resumen del desamparo, negligencia, discurso y rendición que se palpa en las ciudades y comunidades rurales como realidad que tarde o temprano será expansiva hacia el resto de México y los países extranjeros, derribando lo que todavía queda de pie en espera paciente de que las instituciones de seguridad y orden hagan lo que les corresponde así se les perciba igual o más arredradas que la población
Es triste, e indigna, que nadie presente un plan de seguridad pública ambicioso para volver a la tranquilidad y ésta le dé un vuelco al panorama de barbarie y sinrazón que son las dos condicionantes idóneas donde el crimen organizado se potencializa y el sistema de leyes empieza a difuminarse, arrasando con todo a su paso tal binomio de hampa fuerte y gobierno incompetente, y del lado ciudadano todo un pueblo a merced de ese sistema de desprotección e ineficacia al tratarse de imponer la ley.
En tanto los criminales escalan en sus métodos de implantar terror, la fuerza pública federal, estatal y municipal está atorada en las mismas estrategias de siempre que consisten en reaccionar y administrar el peligro, la cifra de víctimas y los menoscabos de sectores económicos, ganando pequeñas batallas pero perdiendo la guerra. El Sinaloa cotidiano de violencia y anarquía se ha instalado en la realidad de Sinaloa, con ganas de quedarse.
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