Este 2025 que inicia debe ser indiscutiblemente el año de la paz efectiva, como obra colectiva de un Sinaloa al que se le agotó la capacidad de resiliencia frente al crimen organizado que ya rebasó la línea de resistencia y asombro de la sociedad mayoritariamente apegada a la ley y la cultura del esfuerzo productivo.

El tiempo se acabó en la actitud dominante durante décadas de ver pasar a las víctimas de la violencia y habituarnos al deterioro de los valores, derechos y sueños humanos, marcando el presente la cuenta regresiva en la gran alianza para la construcción de andamios sólidos hacia la legalidad traducida en tranquilidad y civilidad.

La larga guerra al seno del Cártel de Sinaloa, prolongada durante casi cuatro meses, con centenas de homicidios dolosos, desapariciones forzadas y daños al patrimonio de las familias es la más grave circunstancia de delincuencia exacerbada que ha impactado a Sinaloa en la era moderna, tocando fondo la posibilidad de que el Estado prevalezca para garantizar el orden fundado en la norma jurídica y el respeto a la vida y bienes de terceros.

La coyuntura difícil bien puede ser punto de convergencia de perseverancias que alejen a Sinaloa de conflictos cíclicos en los que nada ni nadie están a salvo, dándole vuelta a la página del salvajismo y empezar a escribir la narrativa de convivencia armónica que articule a gobierno y ciudadanos en el fortalecimiento de lo esencial.

Los días que marcan el inicio del año 2025 resultan cruciales en la tarea común de hacer del solar de los once ríos el mejor lugar para vivir, en toda la extension de la palabra. A las autoridades e instituciones se les acumuló la deuda de la protección a los ciudadanos y como sociedad no disponemos de más plazos y oportunidades para derrocharlos en normalizar el miedo al que los criminales someten a los sinaloenses de bien.

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