Plebes; han sido mi remedio y ahora, ¿Cómo fregados les pago eso? No sé cómo, no tengo cómo.
Eso sí, necesito que sepan que en medio de todo esto, lo que ya les he platicado y lo que aún no les platico (algunas cosas porque aún me duelen); cada que me muestran su cariño, su apoyo, su solidaridad… hacen que, a esta, su escribana favorita, se le renueven tanto la fe como las fuerzas. ¡¡Mashin gracias!!
La semana pasada se las dejé ir de una, ni les avisé. Tarde sí, pero es peor tarde que nunca: Ahora sí, acomódense en ese lugar donde me leen; pepenen que su traguito, su taquito y, pasemos a este nuestro PRETIL.
No piensen que de todo lo que leyeron en esta su calumnia favorita la semana pasada, tiene algo de cuento, no; hay más verdades, unas que no puse, por temor, porque no crean que no tengo miedo. Escribirlo es un acto liberador sí, pero también reconozco los riesgos que llegan con señalar a funcionarixs. He vivido en carne propia varios de esos riesgos. Pero ahora, para mí se hace necesario decirlo, no por la justicia sino por la no repetición. Esto pasó y eso no podrá cambiarse; pero sí se podría repetir, si no hacemos algo.
Ahora, ¿En qué nos quedamos?…
Ah sí; la jota estaba tirada en el suelo como una basura (diría Juanga):
A los pocos minutos de haberme tirado en el patio, las puertas se volvieron a abrir -no ví quién las abrió, estaba y estuve siempre de espaldas al edificio-, solo para dejar caer mi bolso -sin decir nada, menos un “con permiso”- y de el, habían sacado todo documento relacionado con el trámite, es decir para sacarlos hubo que esculcar mí bolsa. Porque si bien, algunas copias estaban sobre el escritorio, el recibo del pago, la solicitud, los turnos y otras “evidencias” de mi trámite estaban en el interior de mi bolsa. En la Oficina del Registro Civil me robaron.
Y bueno, allí en el suelo; estando ciega, ciega de ira e indignación, me rompí a llorar. Grité de coraje, me trabé, me faltaba el aire. Sé que hubo muchos que me vieron (y seguían grabando) y encontraron mi llanto como su triunfo, como el castigo preciso a mi osadía de creerme persona, de pretender ser un ser humano; ser humano con derechos.
No creo que nadie merezca el trato que me dieron, pero, aún ahora, a un año, cuando pienso en como ocurrió todo, sigo pensándolo como si lo hubiera soñado, supongo que es por el trauma, que algo en mí se resiste a creerlo; de no ser por los periódicos, las quejas, las fotos, los oficios; pensaría que es un invento mío. A veces lo siento más como un mal sueño o una historia de alguien más, que no vale la pena recordar y lo mejor es solo seguir, seguir como si nada me hubieran hecho. Pero sé, y sepan, que aún con miedo, no quiero hacer solo como que no pasó; necesito que se sepa, necesitamos que no se repita.
No se piense que les guardo rencor, la neta no. Si algo siento por mis agresorxs es pena, pena por sus vidas, por vivir sus vidas del lado de la injusticia, vivir sin dignidad. Con decirles que ni coraje me da cuando les he vuelto a ver.
No crean ni por un segundo que me creo la madre Teresa de Calcuta; no. Me sé una hija de la rechingada, mal parida, puta callejera y hocicona. Pero todo esto lo he llevado en terapia y es por eso que lo puedo hablar (y escribir) desde la aceptación y no desde el odio ni desde el rencor.
Pero, volvamos; volvamos a la USE…
Una vez que le dije a Mariel que después de tirarme en el patio, la puerta la habían cerrado; ella me dice que me tiene que colgar la llamada, que de hecho está ya en el Didi camino a la USE. Dicho y hecho, llegó en poco tiempo según el reloj. Para mí, durante esas primeras horas, el tiempo corría en otro ritmo. Sentí que habían pasado varias eternidades cuando llegó Mariel y me abrazó. Lloramos.
Antes de que llegara Mariel -de hecho, nos encontró hablando- se acercó a mí alguien que se dijo ser el administrador del edificio de la USE. Creo que se acercó tanto por interés del trabajo, como por cierto morbo (no le juzgo, creo que la situación daba para eso). Además de platicarle parte de lo ocurrido -porque él sabia unas partes-, él aprovechó para ponerse a disposición; creo que se quedó hasta la llegada de Mariel para no dejarme sola, más por solidaridad que por una obligación. Sentí en él esas dudas de no saber qué hacer (esas mismas dudas las volvería a ver, varias veces), de tener en un lado el querer (la solidaridad) y en otra el deber (el trabajo); creo que él creía que el “ayudarme” le podría traer problemas. Lo creía o lo sabía, no lo sé; pero le vi incómodo.
Una vez nos soltamos del abrazo, Mariel y yo; le vomité mi odio por lo que había pasado, por cómo me sentía, por lo que me habían hecho -entre esas cosas, el robo de mis documentos-. Y allí esa mujer -con el corazón más blando que un mazapán, pero la fortaleza de un cerro- me oyó, me consoló, me acompañó; nunca hubo un juicio ni un reclamo.
Una vez pude calmarme, llegó la pregunta obligada: ¿Qué quieres hacer?, solo dije; NO SÉ. Mariel me consuela diciendo que no hay problema, que cuando sepa qué hacer, se lo diga; nos quedamos mudas (no sé cuánto), viendo sin ver el patio central de la use. Yo navegaba perdida entre pensamientos, recuerdos recientes y emociones incontrolables para mí; Mariel respondiendo mi celular a todas aquellas personas que estando enteradas estaban preocupadas, ella se echó todo ese pedo, sin reclamo, sin molestia. Mariel, lo mismo respondía mi celular que el de ella, el de ella por trabajo, el mío por solidaridad; de vez en vez de forma tranquila me pasaba algún recado de las muchísimas llamadas que contestó. A veces, no me molestaba y solo les respondía lo que yo ya había dicho para la llamada de alguien más(luego me actualizaba): “no ha decidido qué hacer, sí, yo le paso tu recado” “bien, está bien; le digo que llamaste” “se lo acabo de preguntar, no me ha respondido; cuando lo decida te aviso” “estamos bien, tenemos agua y algo de comer; no te apures, aquí seguimos si eso cambia te aviso” y así muchas, muchísimas respuestas por el estilo.
No sé la hora, pero, en algún punto interrumpo mi silencio solo para decirle a Mariel: AQUÍ ME VOY A QUEDAR. Me costó muchísimo decidirlo; pero a Mariel le tomó menos del segundo decidir qué haría ella, solo dijo: Nos quedamos. Mariel le avisó a todxs mi decisión. Mis compas iniciaron a planear, a organizarse; esperando que decidiera yo hacer algo más, lo que fuera.
Otras dudas eran sí, además de quedarme -que era mi decisión-, ¿Qué más quería hacer?… Nos manifestamos, tomamos las calles, nos movemos todxs a la USE, aceptamos la cobertura de los medios, nos posicionamos como colectivas, hasta otras más “radicales”: quememos todo. Con todo el respeto y la ternura, me las fue preguntando, jamás me sentí invadida ni apresurada para responder. Se que moriré debiendo a Mariel todo lo que hizo por mí, ni viviendo 3 vidas se lo pago.
Cuando decidí quedarme en la USE, fue tanto por el agotamiento físico y mental, como porque no decidía qué hacer, era mucho para meterme entre pecho y espalda en tan poco tiempo. No decidí de inicio quedarme la noche entera -como al final lo hice-, solo decidí no irme.
Como acompañante de víctimas de violencia -que es algo que hago de forma solidaria-, tengo claro que son las víctimas las que deben/pueden decidir de forma libre e informada qué hacer. Quienes acompañamos a víctimas, ofrecemos vías y posibilidades de cómo alcanzar la justicia y facilidades para hacer eso que decidan, pero siempre serán las víctimas quienes decidan qué, cómo, cuándo y dónde llevar sus procesos de búsqueda justicia. Eso lo sé, como sé que mi nombre es: Ximena con X.
Había que decidir qué hacer; se presentaban dos primeras grandes dudas: mantenerlo en la privacidad de mi vida o hacer del conocimiento público lo ocurrido. Sabiendo que soy defensora de DDHH, podrían pensar que hacerlo público sería lo obvio, pues no. Sepan que, para mí, siempre ha sido lamentable -les voy a ahorrar una grosería- que para que las autoridades muestren interés y avances en nuestras demandas, sea necesario “ventilar” nuestros dolores, nuestras vulnerabilidades. Que tengamos que, además de llevar a cuestas las violencias -y sus secuelas-, tengamos que sacar fortaleza sabrán las Diosas de dónde, para tomar calles, hacer plantones, manifestarnos; todo para que nos volteen a ver y quizá así -no hay seguridad-, nos llegue la justicia. Odio tener que vernos -las víctimas- en las calles, adoloridas, hambreadas, desveladas, agotadas; todo con tal de tener justicia. Eso sí, aún detestándolo, siempre que pueda me verán allí: acompañando a víctimas. Además, no olvidemos que, las personas trans y nuestras luchas no son ampliamente aceptadas por una sociedad aún machista y transfóbica. Todo y eso y más, tuve que tener en cuenta entes de decidir qué hacer.
Decidí que me quedaría a dormir allí, pero sin hacer plantón, sin convocar a nadie -incluidos los medios de comunicación-. Solo llamé al número de la CEDH para poner mi queja. También, decidí no avisar a algunxs compas, sabiendo -como pasó- que me reclamarían; estaba segura que a pesar de mi rabia no quería ver arder nada. Además, hasta ese momento, en mi familia como en mi comunidad natal, seguía viviendo “en el closet trans” y esto último me causaba mucha preocupación. Porque una cosa es decir a quien te parió oye má/pá resulta, fíjate que soy mujer, siempre he sido; que fácil no es. Y, otra cosa es que se entere por sabrá que medio -y cómo- que además de trans, tienes una hija arrastrada, amenazada, etc.
Se preguntarán qué pasó, en que momento decidí hacerlo del conocimiento público. Pues resulta que, aún habiendo decidido no hacerlo público, sabía que lo hacía por el miedo, la vergüenza, por los retos que vendrían, pero sobre todo el miedo. Sabía que de hacerlo publico podría ser más probable que atendieran mi caso y tener más pronto justicia; pero lo que eso implicaría, lo que imaginaba -que resultó poco, comparado con lo que pasaría- me aterraba, me paralizaba. No crean que no me sentía mal, me sentí traidora a mi causa por no tener el valor de hacerlo publico y en nombre de las personas trans -las ya vividas-, gritar por mi justicia, por la justicia de todxs.
La hora se las debo, pero fue ya al atardecer. Estaba yo sentada -en el mimo lugar donde me habían tirado-, recargada en las puertas de cristal y viendo el patio central de la USE. De pronto, veo venir hacia a mi a 3 vatos con uniforme. Como sabrán que estaba yo más que arisca con los vatos uniformados, hasta que les tuve en frente y me hablaron, noté que no eran policías, sino personal de seguridad del edificio. No crean que con que me diera cuenta que no eran policías bastó para no tener al menos recelo -quizá decir miedo fuera una exageración, quizá-, no; hay un refrán que reza: “El que se quema con leche, hasta al jocoque le sopla”; esa era yo, temerosa de esos 3 hombres de uniforme de vigilancia. Les veo venir y noto lo que me pareció, que no se ponían de acuerdo para algo, era para hablarme. Solo uno de ellos llegó hasta donde estaba yo, los otros dos se quedaron un paso atrás, atentos a lo que pasaba. El hombre que se acercó solo me saluda con un buenas tardes -mismo que respondo, casi tartamuda- y me dice: Ten. No había notado que llevaban algo en las manos hasta que me lo ofrecen. Era una botella de 2 litros no retornable de coca, que habían lavado, medio quitado la etiqueta y rellenado con agua. Junto a ella, uno de los dos vatos que se quedó poco atrás se acerca el paso que faltaba y me da 3 vasos. Los vasos eran también de botellas de coca, solo que de 600ml, los habían lavado, retirado la etiqueta y cortado sabrá con qué, los bordes no están filosos, pero no estaban derechos. Los ojos se me llenaron de lágrimas, pero estas no eran de rabia, eran de gratitud.
No podré decir en palabras lo que sentí al ver a tres hombres temerosos como yo, ellos temerosos al parecer porque ese acto de solidaridad sin precedentes les podría costar el trabajo; pero no hacerlo, les costaría la tranquilidad de sus almas -al menos por esa noche-. Yo temerosa de ellos, no sé de qué, porque con ellos nunca hubo peligro. Agarro los vasos y el agua -no necesité pararme, llegaron hasta mí- y apenas les doy las gracias, casi no me salió la voz. Me dicen el reglamentario “de nada” y hacen un gesto que aún hoy creo era de complicidad, de “aprobación” de lo que hacía. Les veo regresarse cruzando el patio y meterse al edificio, no les he vuelto a ver nunca más. Nunca he podido y creo que jamás podré expresar la inmensa gratitud por y hacia ese gesto; pero si algún día leen esto, sepan que, ustedes sin conocerme, hicieron por mí, por ésta trans -en este proceso- más que mucha gente que me conoce desde hace décadas.
Lloré bien bonito, lloré ratito, diría que, hasta llorar por eso, me calmó. Durante un rato no pude dejar de pensar en ellos, en el agua en la botella, en los vasos. Y, justo pensaba en eso mientras veía los vasos, cuando surge de nuevo el tema de los medios de comunicación, no como pregunta -ya había dicho que no- sino solo una plática, no recuerdo cómo empezó. Pero pensando en esos 3 hombres, en el reto que debió ser para ellos, considerando el riesgo de perder el trabajo, considerar que soy trans, no tenían las cosas a la mano -hubo que improvisar con los vasos y botella- y, aun así, asumieron el riesgo, solo por ayudarme, solo por humanidad y solidaridad. Ellos me inspiraron; -ellos bien podrían vivir en San Isidro como yo, tener máximo telesecundaria, tener un salario mínimo; ellos eran tan como yo -y, aún con todas las dudas y sabiendo que me habría de arrepentir -como ocurrió varias veces- dije a Mariel: “A la verga, que salga en los medios”. Minutos después, ya atendía al primer medio.
El mitote corrió como lumbre en reguero de pólvora; compas de varias partes del estado y el país se reportaron. Compas de medios de comunicación llamaron, me visitaron y desde sus redacciones dieron cuenta de lo ocurrido. Colectivas compartieron las notas y se posicionaron. La solidaridad me sorprendió, no esperaba tanto. Pero dentro de todo eso, temía que en mi rancho se enteraran y en especial papá y mamá; me robaba la tranquilidad y me hacía pensar que había sido un error, pero pues ya no había como recular.
Jorobadxs les voy a dejar de tanto leerme, porque ya va larga como pedo de culebra esta calumnia. Pero ya merengues estamos por terminar (esta 2da parte; “o que la” van a decir, ya parece les oigo), palabra de shiiiaaaava.
He evitado mencionar nombres de funcionarixs por temor, temor a más represalias; en este año he padecido sus bajezas y sé que no están nada contentxs con que ahora escriba sobre esto. La perra anda suelta, rabiosa; y es por eso que no he mencionado los nombres de mis compas, por precaución; les quiero evitar en medida de lo posible afectaciones -de cualquier tipo-. Pero ni por un momento se entienda como ingratitud. A quienes he mencionado, es porque creo que es pertinente hacerlo y su presencia y acompañamiento fue como profesionales que son.
Entre las personas -además de mis compas- que se dieron el tiempo de ir a la USE, donde estaba a manera protesta pacífica, debo mencionar a dos: Omar Lizárraga y Almendra Negrete. A Omar le conocía de vista -o quizá ya nos habíamos saludado antes, no lo recuerdo- y sabía del trabajo que había estado haciendo -desde hace muchos años- en pro de las personas LGBTTTIQA+. En el caso de Almendra era distinto, entre ella y yo había habido diferencias en lo público y lo privado -sutiles de parte de ella, feroces de mi parte-, hasta se podría decir que nos llevábamos mal (aunque en realidad no nos llevábamos, era más de posicionamientos). Pero, ella -Almendra- supo dejar de lado esas diferencias e ir a título personal (porque es diputada) a solidarizarse conmigo; para mí fue impactante, debo aclararles que -en ese momento, ahora no- de haber sido al revés, creo que no habría ido, pero ella no es como yo -y que bueno, por ella, hahahha-. Bueno, esa solidaridad -aún de lugares inimaginados para mí-, me hizo tener esperanza, esperanza en lograr alcanzar la justicia.
El resto de las horas me la pasé más tranquila, en compañía de mis compas; hicieron “guardias” para estar yendo y llevarme desde qué beber y comer, hasta unas cobijas para que no durmieran tan en el suelo como perra. Dormité a ratos, porque el piso además de frío, no se pudo ablandar en toda la noche. Acostada me dolía el lomo, sentada el las nalgas. Si se preguntan como resolví el baño, pues fácil, mié por todos lados, parecía perro marcando las puertas y las paredes, hahahha; varias veces deseé ganas de cagar, nomás para haber dejado mi mierda por toda la USE, hahahhaha.
Ya en la mañana, desde temprano llegaron compas; algunxs antes de ir a sus jales le pasaron a dar las buenas vibras y llevar que su café, agua, suero, desayuno, abrazos y acompañamiento -mucho acompañamiento-. Otrxs -quienes pudieron- a quienes la vida de daba pa´eso, llegaron a acompañar y a estar “pa´ lo que sea necesario”. Los mensajes de apoyo no cesaron, las disculpas por no poder estar en cuerpo presente junto a una, y muchos otros repletos de cosas bonitas.
Como a las 7 y cachito, antes de las 8, se aparece de nuevo el morro que dijo ser el administrador del edificio. De nuevo amable y respetuoso. Me dice que, si gusto puedo pasar a esperar e la oficina del Registro Civil, esto porque ya estaba abierto el edificio y, aunque aún no abría la oficina sus servicios como tal, la podría abrir para que les esperara, al menos sin frío y sentada en una silla pues. Aquí se le puede ver un poco la contradicción, porque apenas la tarde anterior me sacaron arrastrando porque no me podía dejar allí donde justo ahora si se podía, no lo noté en ese momento; solo le di las gracias por el gesto y le dije que no, que esperaría hasta las 9am allí donde me habían dejado tirada como perra. Vi en él como que había algo más, que no solo era por mi comodidad. Como fue amable en todo momento conmigo -desde la tarde anterior- le pregunto que, si había algún problema para él que yo estuviera en el suelo pegado a una de las puertas de acceso, me dice que no es por él. Me dice que, tienen que abrir la USE y pues yo estaba en una puerta; le digo que entiendo, que por mi pueden abrir la puerta, no tengo problema con eso; me responde que de abrir la puerta, se corría el riesgo de que al pasar las personas me pisaran, me dice que si me muevo solo poquito, al lado de la puerta, ya con eso se “solucionaba”. Le dije “no me voy a mover, pero si les hago estorbo, la tienes fácil, diles a los policías que me sigan arrastrado hasta donde no les haga estorbo, no sería la primera vez que lo hacen; para eso sí que son capaces”; el vato sonrío como que nervioso y solo dijo algo como que no sería capaz o algo así; solo le dije a pues tú sabes. El vato se fue, nomás me dejó un con permiso y no supe de él más nada.
Ya para esa hora toda la flora y la fauna habitual de la USE llegaba, desde el funcionariado como gente a hacer las colas para no sé qué trámite. Como junto a mí estaban mis compas y pues bultito sí hacíamos, pasaba que, se nos acercaba alguien preguntando algún trámite y pues si sabíamos le decíamos. Para mí fue bien quién sabe cómo, ver cómo la gente se le veía -y lo demostraba- la molestia de que estuviera protestando y veces quesque porque les hacían dar la vuelta -porque la puerta estaba cerrada- y otrxs nomás porque les molestan las manifestaciones ciudadanas; pero también hubo sus muchos gestos de ánimos, de aprobación de complicidad. Como al parecer hubo que sus reclamos por tener la puerta cerrada y hacerles “dar la vueltona” para entrar a la USE; pues que deciden cerrar todo el acceso a la USE por la parte del patio central. Solo estábamos nosotros en ese patio; acordonaron el patio con personal que guiaba para que entraran por los costados del edificio, solo unxs cuantxs que solo podía hacer su trámite desde el patio central, les permitían el paso, pero era un puñado pues. Ahora podrán imaginar que la gente me hacía feas caras desde el interior del edificio y, los polis estaban verdaderamente emputados, se les veía pues.
Habían llegado para darme acompañamiento: la Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en Sinaloa -la del profe Loza-, el Instituto para la Protección de Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas, la Secretaría de las Mujeres y varias más colectivas. A las 9:00 am, me levanto, me sacudo las nalgas, me estiro poquito y allá te vamos a la oficina de Registro Civil; como estaban las puertas cerradas, pues a dar la vuelta, hahahhaha. Algunxs de mis compas se quedaron en el patio central, resguardando nuestras pertenencias.
Ya nos esperaban en la oficina, con sus garras y sus lenguas más afiladas que la tarde anterior, ese filo que da estar dándole vueltas a un mismo tema del que te sientes víctimas, aunque en realidad eres el verdugo.
Había lo que se podría decir sin ser exagerada: una guardia. Me esperaban. Hubo los reglamentarios buenos días de ambas partes, no fue necesario presentarnos, todas allí sabíamos quienes éramos y lo que allí hacíamos. Díganme pendeja, ilusa, crédula, tontita, todo eso merezco; durante la tarde y noche varias veces pensé en que ocurriría al día siguiente -osease esa mañana-. Siempre pensé que, una vez que mis agresoras llegan a sus casas, se descalzaran, comieran-cenaran, se bañaran y se les pasara el coraje, ya con la cabeza fría, se habrían de dar cuenta que eso que hicieron esta mal. Esperaba, no digo que una disculpa, sino una actitud resolutiva; esperaba tener toda respuesta a la mano, toda ruta posible para una solución. Pendeja yo, pendeja por esperar de esa calaña de criaturas que fueran gente.
Las agresiones siguieron, su postura fue la misma. La directora dijo que ya me lo había dicho ayer -y pues lo repetía- que si quería problemas o que, webuda la ñora. En realidad, no lo podía creer, porque habría jurando que sería distinto y no, fue la continuación de la tarde anterior. Se le culpó de una actitud que jamás tuve, sostuvieron que me grababan como parte del protocolo de atención, que no me tenía que dar el escrito y pues de mi acta ni hablar, ese nombre -Ximena con X- estaba maldito, ya lo había lamido el diablo. Yo tenía algo de coraje en especial con dos funcionarias, la que no me dijo el nombre y la que grababa. Pero, después de ver cómo son tratadas por la misma directora, sentí compasión por ellas. En algún punto, la funcionaria que no me quiso dar su nombre, me reclama que la tarde anterior me referí a ella como “la vieja esa” y creo que sí lo dije o solo dije “la mujer esa”; pero en mi defensa le reclamo: “cómo quieres que te diga si no me has dicho tu nombre, te lo pregunté y dijiste que no querías dármelo, aún es hora que no lo sé”. La mujer quiso decir algo; pero, sin verla, la directora le hizo un gesto con la mano – le señaló un lugar, un escritorio- y dijo “shhhhh”, como yo le hago a los perros para que se retiren a algún lugar; la funcionaria, se calló en seco, bajó la cabeza y allá te va al lugar señalado por la directora. Sentí coraje por cómo le trató y sentí compasión, no es posible que la gente para comer tenga que soportar esos tratos, cosa horrenda. Hubo varias veces en que dejó ver la directora el trato que les propina a quienes trabajan bajo su yugo; a la de la cámara, algo me estaba diciendo cuando la calla en seco, como si callara a un niño que no sabe lo que dice, cuando lo que ella decía era “personal”. Yo la neta quedé impactada viendo tanto maltrato y lo normalizado que lo tenían.
La directora me reclamó por la cobertura de los medios, diciendo que habían querido solo publicar mi versión y, que la de ella al parecer no; como si yo tuviera algo que ver con eso. No tenía ni nombre propio, menos control de todos los medios -periódicos- que cubrieron mi agresión. Y reclamos no hubo solo ese, hubo muchos, entre esos, me reclamó que le llamaran “medio mundo” por lo que yo decía que ella me había hecho; es decir, ella asumía que yo le había hablado sabrán las Diosas a quién, quejándome de ella, cuando sabemos que me pasé la tarde llorando y miando. Viendo que nomás no había voluntad de resolver, pero eso sí, una predisposición a la agresión, decidí alejarme de ese lugar.
Me despendí diciéndoles que me iría porque no permitiría más agresiones. Les dije, escuchen bien: “yo soy Ximena con X y a mí me van a poner Ximena con X, aunque sea en la tumba”.
Salí de la oficina, cansada, cansada por la noche que había pasado, cansada por oír y recibir tanto mal trato, cansada de pensar en mis compas y sus preocupaciones, cansada del miedo, cansada de recordar tantas cosas dolorosas que viví por ser trans.
Volví al patio central, mis compas -y las demás personas que por mi estaba allí- se sorprenden al verme, volví muy rápido pues. No se atreven a decirme nada, me abrazan, lloramos. Les platico en bien pocas palabras lo ocurrido. Y les digo -ahora a ellxs-: “Ya les dije allá arriba, yo soy Ximena con X y a mí me van a poner Ximena con X, aunque sea en la tumba; y, ahora les pido a ustedes que, aunque sea con crayola me ponen, porque mi familia es bien tranfóbica”. Lloramos.
Aun no eran las 10 de la mañana y a mi ya me habían negado mi derecho, violentado, amenazado y yo seguía en ayunas.
¿Qué hacer después de eso?…
Eso no lo sé; pero, sé qué hice yo. Y eso mismo lo sabrán ustedes, lo sabrán pronto.
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