Si es que tuviera que aplicarse en Culiacán la frase atribuida al filósofo griego Sócrates, que dice que después de la tormenta viene la calma, habrá que acotar que la tranquilidad posterior a un día de violencia que exacerbó viejos miedos en la población es una paz tensa porque la gradual normalización de las actividades ciudadanas lícitas trae las secuelas de incertidumbres que son difíciles borrar a corto plazo.
La ciudad y sus alrededores retoman condiciones de apacibilidad pero prevalece la duda de dónde y cuándo resurgirán hechos de violencia derivados de los choques entre grupos armados de las facciones del Cártel de Sinaloa, y si serán eficaces las estrategias y capacidad de contención del Ejército, Marina Armada, Guardia Nacional y Policía Estatal Preventiva, que hacen un gran esfuerzo por proteger la vida de las familias.
La labor militar y policiaca ha sido fundamental para evitar que la acción de la delincuencia organizada se extienda más allá de lo hasta hoy afectado, con pérdida de vidas de elementos en la misión de restablecer la seguridad pública, contribución que como sociedad no podemos perder de vista así sea en la circunstancia de temor dispersado irresponsablemente que coadyuva a perturbar la capacidad popular de tomar decisiones y tener percepciones correctas.
Era previsible que emergería la actual escalada de violencia después de la retención el 25 de julio en Culiacán de Ismael Zambada García, líder del Cártel de Sinaloa, quien afirma haber sido llevado a la fuerza a Estados Unidos donde enfrenta cargos por narcotráfico, y predecible también que se necesita de descomunal fuerza pública frente a la capacidad numérica y de enormes arsenales de los grupos delincuenciales que reaccionan.
Por lo tanto, al gobierno le corresponde restablecer la seguridad pública con absoluto apego al marco legal, y a los sinaloenses exigir que ello suceda en el menor tiempo posible y sin pagar más el costo de vidas inocentes sacrificadas, o el terror que inmoviliza la cotidianidad. Se trata de mantener el voto de confianza en las autoridades e instituciones legítimas y evitar que los poderes fincados en la barbarie sean ensalzados por actores y factores que todo indica le apuestan a la ingobernabilidad más que a la paz verdadera y duradera.
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