Del enfrentamiento entre fuerzas armadas del gobierno y delincuencia organizada ocurrido el 3 de mayo en el municipio de Sinaloa, que reportó como víctimas a un militar muerto y tres heridos, deriva la realidad que nos notifica que la guerra que libra el narcotráfico continúa cruel y desafiante y, además, se extiende hacia el norte del estado.

Ninguna sociedad establecida sobre bases de paz y confianza puede soportar la situación que vive Sinaloa desde hace casi ocho meses que están por cumplirse, debido al choque en el Cártel de Sinaloa que muestra infinita capacidad de generar muertes, terror y disposición a llevar la confrontación a hechos criminales que rozan el terrorismo.

Cada día aumenta el parte de guerra, creciendo no nada más el número de víctimas, las consecuencias en los quehaceres de la población pacífica, sino que ahora la belicosidad invade la zona norte de Sinaloa que se había mantenido con márgenes de tranquilidad quien sabe si por la acción de las autoridades o debido a la pax narca.

El ataque de una célula de sicarios al convoy militar que recorría la zona de San Joaquín en el municipio de Sinaloa profundiza la percepción de inseguridad exactamente en el momento en que los sinaloenses recobran ánimos para restablecer sus intereses legítimos por encima de las atrocidades de la llamada narcoguerra.

Los hechos de violencia son cada vez más el grito de auxilio de una tierra con vocación por la productividad, legalidad y paz. Los gobiernos de Claudia Sheinbaum en lo nacional y Rubén Rocha Moya en lo estatal pueden y deben hacer más por recuperar al Sinaloa que se nos va como el agua entre las manos a consecuencia de la criminalidad que por mucho tiempo y con demasiada crueldad nos golpea.

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